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Filomena y los ruiseñores de la política

En el universo lírico Filomena es un nombre que remite al canto del ruiseñor. Esta asociación quedó registrada por el poeta romano Ovidio en su obra La Metamorfosis, en la que relata la tragedia protagonizada por Filomena, su hermana Procne y su cuñado Tereo, una de las más crueles de la mitología griega.

Filomena y Procne eran las dos hijas del rey de Atenas Pandión I, cuyo principal aliado en su lucha contra los bárbaros era Tereo de Tracia, hijo de Ares, el dios de la guerra. Con el fin de fortalecer y premiar tal alianza, Pandión concertó el matrimonio de su hija mayor, Procne, con Tereo. Los malos augurios comenzaron en la misma noche de bodas, cuando un búho de aspecto monstruoso se posó sobre el lecho nupcial.

Procne y Tereo concibieron un hijo, al que llamaron Itis. Tras unos años, la hija de Pandión comenzó a sentir nostalgia de Atenas, ciudad que abandonó para trasladarse a Tracia al día siguiente de la boda, y muy especialmente de su hermana Filomena, a quien había estado muy unida. Si bien Tereo se resistió a la petición de su esposa de reunirse con su hermana, finalmente aceptó con la condición de que sería él mismo quien la trajese desde Atenas.

El rey Pandión no tenía mucha confianza en la honorabilidad de Tereo, por lo que le hizo jurar que, tras el viaje y la estancia temporal en Tracia, la devolvería a Atenas sana y salva. Poco le duró al tracio su juramento, pues nada más partir en barco comenzó a cortejar a Filomena. Su deseo fue in crescendo hasta que, nada más llegar a su palacio, la violó. Con el fin de que no pudiese denunciar su crimen le cortó la lengua y la encarceló en una celda situada en lo alto de una torre, donde creía que su hermana jamás la encontraría. Y a su esposa le contó que Filomena había muerto durante la travesía.

Sin embargo, Filomena logró tejer un mensaje y hacérselo llegar a Procne, quien logró rescatarla y llevarla a su palacio. Allí se encontraron con Itis, cuyo parecido con su padre era enorme, hasta tal punto que Procne lo hirió de muerte en un arrebato de ira. Ambas hermanas decidieron consumar su venganza desmembrando el cadáver, cociéndolo y ofreciéndolo como almuerzo a su propio padre. Al terminar la comida, Tereo expresó su satisfacción y se interesó por el origen de la carne que había consumido. En ese instante apareció en escena Filomena y arrojó la cabeza de Itis a los pies de Tereo, mientras Procne intentaba quemarlo vivo prendiéndolo con una antorcha. El rey blandió la espada para dar muerte a las hermanas, pero entonces intervinieron los dioses y detuvieron un bucle de venganzas que amenazaba con no tener fin. Tereo fue transformado en una abubilla, Procne en una golondrina y Filomena en un ruiseñor.

Filomena, convertida en tormenta de nieve, ha suscitado muchos cantos durante la última semana. Una pléyade de políticos, particularmente los que residen y cosechan votos en la Comunidad de Madrid, tal vez la más afectada por la borrasca, se ha sentido obligada a levantar el vuelo para contar la situación y cantar las bondades del operativo puesto en marcha para combatir los efectos de una monumental nevada.

Muchos de esos cantos en los medios y trinos en las redes sociales han sido forzados. Sospecho que son cada vez más las ocasiones en las que los políticos se ofrecen a los medios con el fin de evitar las críticas en el caso de no hacerlo, en primer lugar, es decir, dar la cara, y hacer unas declaraciones que en general tienen muy poco valor informativo y, además, tienden a ser justificativas. Los aparatos de comunicación evidencian un peso cada vez mayor en el posicionamiento estético de los dirigentes políticos, que se mueven cada vez más cerca de la línea que separa la información de servicio público del postureo.

Un ejemplo de ello es la presencia física del presidente Sánchez en la delegación del Gobierno de Madrid para coordinar el operativo central. Un presidente de traje, corbata y zapatos ‘de vestir’ descendía de un 4x4 para recorrer a vista de cámara los escasos metros que le separaban de la puerta del edificio gubernamental. Raudo, el vicesecretario de comunicación del PP, Pablo Montesinos, le afeó la conducta a través de Twitter («Ni rastro de Sánchez el sábado. Tampoco el viernes, cuando empezaron los problemas. Una vez ha dejado de nevar, reaparece el presidente del Gobierno...»).

En la cuenta de Montesinos aparecen también varios vídeos de Isabel Díaz Ayuso emitiendo desde el Centro de Coordinación de Emergencias de la Comunidad de Madrid, a donde tardó varias horas en llegar para dejarse ver y donde probablemente causó más trastornos que beneficios al alterar el ya de por sí estresante funcionamiento de los equipos en tal circunstancia.

Mientras tanto, el alcalde de Madrid, tal vez el más afectado por las inclemencias meteorológicas y, una vez más, el menos quemado, se grababa un vídeo con el móvil mientras recorría las calles de la capital en un vehículo de emergencias. Y, de nuevo en la delegación del Gobierno de Madrid, los ministros de Interior y Transportes nos recordaban mañana y tarde que habían desplegado 1.300 máquinas quitanieves y que el ejecutivo había actuado con previsión ante el anuncio de la llegada de Filomena.

«La situación está muy complicada» fue un lugar común en todas las intervenciones. Puede apreciarse el enorme valor informativo de tal declaración, similar al de aquella otra: «es una de las mayores nevadas que se recuerdan». Sus comparecencias tienen el mismo valor que los testimonios de ciudadanos que son entrevistados por los diversos telediarios no con la intención de contrastar la noticia meteorológica de que efectivamente hace un frío de mil demonios o de que la nieve, convertida en hielo, resbala, afirmaciones ambas dignas de Perogrullo, sino de crear la apariencia de proximidad en la descripción de la actualidad.

¿Son los políticos rehenes del relato o el relato rehén de los políticos? Si la respuesta encaja en la primera parte de la pregunta, los ciudadanos tenemos la opción de desconectar o pasar de las páginas de Política a las de Deportes (sería mejor a las de Cultura, pero se me antoja un salto demasiado exigente). La persistencia en tal actitud obligaría a los políticos a prestar menos atención al relato y más a la gestión, lo cual implicaría una visión de largo plazo en vez de la cortísima mirada electoral. Es verdad que tal transmutación requeriría la colaboración de los medios de comunicación, que tendrían que reducir el espacio que dedican a estériles y a menudo estridentes controversias políticas.

Si la respuesta cae del lado de la segunda parte de la pregunta, los ciudadanos debemos comenzar a preocuparnos por tres razones: la primera es que el relato político tiende a alejarse cada vez más de la realidad, incluso a prescindir de ella; la segunda es que su narrativa es, salvo excepciones, simplona y superficial y, por lo tanto, empobrece el debate ideológico; y la tercera es que tiene un alto componente partidista y, en consecuencia, fomenta la polarización.

Tenemos un ejemplo demasiado cercano y dramático como para olvidarlo: la toma del Capitolio, la sede de la democracia estadounidense, por parte de un grupo de exaltados convencidos del burdo relato escrito por un tramposo y, no lo olvidemos, respaldado y amplificado por una cadena de televisión. El propio Trump, ante la gravedad de los hechos y sus posibles consecuencias judiciales, se vio obligado, sin mayor sonrojo por su parte, a decir lo contrario de lo que provocó la invasión. Pero el cuento sobre el robo de las elecciones presidenciales sigue ahí.

Filomena ha sido un temporal desgraciado y una desgracia temporal. Sin embargo, el relato político comienza a ser un temporal permanente. No es extraño que los ciudadanos no se sientan representados por unos políticos que actúan como protagonistas con habilidades propias de los secundarios y que hace tiempo que han renunciado a la coherencia.

La venganza de Filomena no será tan inmediata ni dramática como refleja la historia mitológica, pero dejará su huella en la reputación de los políticos que protagonizan el relato de esta legislatura. Tarde o temprano, todos ellos serán convertidos por la diosa democracia en golondrinas, abubillas y ruiseñores, y solo entonces, tal vez solo entonces, serán conscientes de que cantar bajo la nieve es un espectáculo que los ciudadanos solo aceptan cuando al mismo tiempo se maneja una pala para retirarla.

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