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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Se va la serpiente, queda el veneno, también en España

La pestilencia que ha inoculado el mandato de Trump en el planeta se queda, no desaparece; todos los llamados populismos se alimentan de ella, en España Vox y otros

Trump, fracasado su golpe de Estado, desaparece hoy de escena, aparentemente. No lo hará en mucho tiempo su legado, mortal de no erigirse defensas capaces de neutralizarlo. El siglo XXI avanza preñado de inquietantes perspectivas. En la anterior Centuria, en la misma década, eclosionaron fascismos y comunismos. Se venía de la Gran Guerra y de la pandemia de la gripe española, entre una y otra cerca de 100 millones de muertos según estimaciones actuales. Ha transcurrido un siglo contado año por año. Estamos zarandeados por otra pandemia, padecemos el auge de un fascismo de nueva planta llamado populismo del que Donald Trump es el destilado más tóxico por haber sido presidente de los Estados Unidos. Sus promesas electorales no fueron retórica de campaña como equivocadamente pronosticamos aquí, en Desde el Siglo XX, sino el decidido propósito de destrozar el orden internacional vigente sustituyéndolo por no se sabe qué, al tiempo que se ponía en marcha un reaccionarismo racista atroz. Las consecuencias no solo las paga el orden mundial y la cohesión de los Estados Unidos, sino que en el mundo se han asentado movimientos protofascistas que han contado con su aliento dando pie, además, a otros populismos, el reverso de la moneda. No hay otra forma de entender que en España Vox contamine con su discurso racista a la derecha y que al vicepresidente segundo del Gobierno y líder de Podemos se le ocurra afirmar que Carles Puigdemont, otro producto trumpista, es un exiliado equiparable al del exilio republicano, al de quienes huyeron en 1939 para no ser asesinados por la más criminal de las dictaduras que las Españas han soportado, la franquista. Pablo Iglesias exhibe miseria e indecencia consustanciales con su falsedad.

Trump se va, cierto, pero se queda encarnado en la Europa de los Salvini, Orban, Le Pen, derecha polaca, Putin, Erdogan (Turquía nunca será Europa), las extremas derechas del Continente, y buena parte de la derecha española, fatalmente contaminada por Vox, a la que han uncido su suerte tanto en Andalucía y Madrid, como donde sea imprescindible. La derecha española reniega de Trump, pero se ha hecho populista, fatalmente populista, a sus modos y maneras. Cómo si no puede proclamar Pablo Casado que el Gobierno de Pedro Sánchez es ilegítimo. En forma y fondo lo mismo que afirman Trump y los suyos acerca de que les han robado las elecciones. La contaminación trumpista es planetaria, es los llamados hechos alternativos, los que la derecha española ventea, los mismos que desde Podemos obtienen carta de naturaleza y quiebran al PSOE, los hechos alternativos que el nacionalismo independentista catalán airea obscenamente y compra buena parte del electorado del Principado. Sus líderes, Puigdemont y Junqueras, que se odian tanto como Trump y el senador texano Ted Cruz, enuncian hechos alternativos con un cinismo que ni tan siquiera han superado Jordi Pujol y su fámulo Artur Mas, responsable de haber hecho saltar por los aires el institucionalismo en Cataluña, eterno problema, como tal irresoluble.

Con Trump, que no fue el primero, todo ha ido creciendo: ha sido quien ha destapado las vergüenzas del planeta ofreciendo soluciones mussolinianas, obscenas, las que blanden los líderes fuertes autoritarios como Putin, que tanta admiración han suscitado en el desde hoy expresidente de los Estados Unidos.

Con Donald Trump parece haber adquirido la tan mentada velocidad de crucero el siglo XXI. En España, por centrarnos en lo concretamente nuestro (Europa también lo es), el trumpismo causará todavía más estragos que los que ya ha ocasionado. Tengamos presente que o la derecha se libera de sus adquiridos nuevos demonios, en el fondo viejos, muy viejos, y la izquierda de gentes como Iglesias o nos aguarda un futuro oscuro.

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