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Antonio Papell

La posverdad es el posfascismo

Uno de los mejores trabajos periodísticos que se han escrito sobre el régimen de Trump que culminó con el asalto al Congreso norteamericano del día de Reyes es El abismo estadunidense, del historiador del fascismo Timothy Snyder, publicado en el New York Times y recomendado por el solvente historiador Ángel Viñas a sus seguidores en las redes sociales.

Snyder acusa a Trump de haber construido con malas artes una posverdad, un mundo paralelo, y ha conseguido que esta perversa falacia fuera creída e interiorizada por sus seguidores. Una vez logrado este fraude, era perfectamente lógico que cualquier incitación moviera a las muchedumbres hacia la toma del control del Capitolio, puesto que el legislativo norteamericano se disponía a naturalizar y a consumar el «robo» del poder que iban a cometer los demócratas.

Trump nunca ha creído en las virtudes del magnífico régimen constitucional americano. Dijo que hubo fraude electoral incluso en 2016, cuando ganó las elecciones tras arrojar montañas de basura falsa sobre sus adversarios, y mucho antes de las elecciones de 2020 comenzó a denunciar un fraude que sólo estaba en su imaginación, y que, tras la somera afirmación de que había ganado, contra todas las evidencias, repitió insistentemente cuando Biden quedó confirmado a juicio de todos los tribunales del país, incluido el Tribunal Supremo, con amplia mayoría republicana tras los últimos nombramientos de Trump. Los padres constitucionalistas habían previsto aquella eventualidad; Snyder escribe: «Platón advirtió de un riesgo particular sobre los tiranos: que al final se verían rodeados de gente que siempre les dice que sí y de facilitadores. A Aristóteles le preocupaba que, en una democracia, un demagogo rico y talentoso pudiera dominar fácilmente las mentes de la población. Conscientes de estos y otros riesgos, los creadores de la Constitución de Estados Unidos instituyeron un sistema de pesos y contrapesos. No se trataba simplemente de asegurar que ninguna rama del gobierno dominase a las demás, sino también de anclar en las instituciones diferentes puntos de vista».

Snyder sostiene la tesis, fácil de demostrar, de que Trump ha utilizado métodos directamente fascistas para crear su posverdad: «Su uso del término fake news (noticias falsas) se hizo eco de la difamación nazi Lügenpresse (prensa mentirosa); como los nazis, se refirió a los reporteros como «enemigos del pueblo». Como Adolf Hitler, llegó al poder en un momento en que la prensa convencional había recibido una paliza; la crisis financiera de 2008 hizo a los periódicos estadounidenses lo que la Gran Depresión le hizo a los diarios alemanes. Los nazis pensaron que podían usar la radio para remplazar el viejo pluralismo del periódico; Trump trató de hacer lo mismo con Twitter». Trump lanzó decenas de miles de mentiras, contabilizadas por la prensa libre, que sigue siendo el watchdog de la democracia; algunas tenían un tamaño apreciable: que era un hombre de negocios brillante; que Rusia no lo apoyó en 2016; que Barack Obama nació en Kenia; que Hillary Clinton estaba involucrada en delitos de sangre... El sistema de contrapesos USA ha terminado esclareciendo la verdad, pero quizá debió haber actuado antes y más decisión. El segundo impeachment llega tarde.

La posverdad es un arma utilizada también en los regímenes prefascistas europeos. «En Polonia —escribe Snyder— el partido de la derecha construyó un culto al martirio que giraba en torno a responsabilizar a los rivales políticos por el accidente de avión que mató al presidente de la nación. El húngaro Viktor Orban culpa a un número cada vez más reducido de refugiados musulmanes de los problemas de su país». Esas afirmaciones no son «grandes mentiras» y no llegan a romper lo que Hannah Arendt llamaba «el tejido de la realidad», por más que amenacen la democracia formal y sean precursoras de un prefascismo que la UE ya controla. En España, se está extendiendo una posverdad mendaz que afirma la alianza entre Pedro Sánchez y ETA, la disposición de la coalición gobernante a romper España, la intención de Pablo Iglesias de romper el ‘régimen del 78’, la ilegitimidad del ‘gobierno Frankenstein’. Aquí también hay un juego de frenos y contrapesos que protege la verdad, pero deberían dejar de jugar con fuego quienes miran con envidia al trumpismo para intentar la conquista del poder.

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