Frente a fenómenos fascistas —el término no es exagerado— como el surgimiento de un personaje como Trump, habituado a utilizar con absoluta normalidad y asiduamente la mentira para el ejercicio de la política y sin empacho a la hora de convocar a sus alienados partidarios a llevar a cabo la ocupación física del Poder Legislativo —lo que se llama en todas partes «golpe de Estado»—, son muy útiles las iniciativas individuales de rechazo, las manifestaciones corporativas de desagrado, las tomas de posición de los grupos de presión, de las instituciones del propio país o multinacionales: no se puede mantener amistad, ni negocios, ni relaciones políticas con quien desdeña los civilizados principios de representación democrática que han hecho al mundo lo que es, que han acabado (de momento) con las guerras, que procuran un bienestar creciente a la humanidad.
