Ni vacunas ni mascarillas ni encerrarse en casa. No hay como formar parte del Govern para ser inmune al coronavirus. Nada como ser presidenta, consellera o, incluso, asesor para no contagiarse. En estos casos, no importa si el virus se te acerca con contagiosas intenciones. Cuando después de burlar el gel hidroalcohólico el covid está a punto de entrar en tu organismo, algo, todo parece indicar que el cargo, hace de barrera infranqueable. El virus recoge sus glicoproteínas y se va con su infeccioso genoma a otra parte. Digo, a otro cuerpo. Los simples mortales estamos a la espera de que algún estudio de la universidad de Wisconsin confirme la inmunidad que se consigue al ser cargo público en las islas, algo a lo que apuntan todos los indicios: las copas presidenciales pasado el toque de queda, la fiesta con decenas de personas de las hijas de la directora pública de Salud (en investigación está si la inmunidad afecta también a los consanguíneos y los espacios por los que se mueven) y los ágapes con más de 24 personas organizados por la conselleria de Agricultura mientras el Govern insistía a sus ciudadanos en que no se juntaran con más de seis. La inmunidad de rebaño está lejos, pero rebaño inmune sí lo tenemos. Y no sólo al virus.
