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Alex Volney

¿Pasternak o Maiakovsky?

Las cosas cambian continuamente, sí. Parece ser que la fidelidad constante a una determinada idea, ni que sea a una vaga idea de Democracia, también agota. En esta sociedad líquida (del Sr. Bauman) llevado al extremo ese constante ir oscilando de un lado a otro puede que determine siempre un final demasiado ajustado para no poder evitar volver a quedar justo en la gatopardiana casilla de salida. Es menos factible la adaptación de los individuos que la adaptación de las masas.

Los primeros personajes a los que se les atribuye la práctica del mal llamado populismo: Benito Mussolini y Adolf Hitler. Ahí tienen la trampa de la que todos participamos. Aseguran que no es lo mismo un populista que un fascista o un neofascista. Un populista y un nazi o un neonazi, pero tan alejados no pueden estar el uno del otro. Obviamente que los totalitarismos de «izquierdas» se asemejan algo, por supuesto. Tanto como Donald Trump y Nicolás Maduro, que ya es mucho.

Como ustedes saben, durante muchas semanas el líder neofascista Trump ha ido avisando, como también lo han ido haciendo un abanico bien amplio de personas (sean familiares, médicos o exallegados del mandatario saliente) a lo largo de la tristemente acabada legislatura en cuestión. Lo que separa al presunto «pueblo» del presunto establishment es el pilotaje totalmente a la deriva de la actual socialdemocracia a nivel occidental (espacio socioliberal en el caso del Sr. Biden). Parece ser que a los gobiernos socialdemócratas o «socialistas» les cueste aplicar la ley o hacer cumplir las restricciones y medidas de seguridad anticovid, tanto que la postura de la extrema derecha acaba por barrer los rincones de un global descontento. ¿Por qué aquí en las Islas, o donde sea que gobiernan, no se hacen cumplir las normas que se han aprobado? El clan Le Pen es pionero en llenar espacios que la presunta izquierda democrática va regalando a precio de saldo. Sea la dignidad y libertad individual de la mujer o sea el proteccionismo de las zonas agrícolas y sus gentes. Esta cuestión se ha ido dilatando hasta el extremo que algunos medios han ido asimilando la corrupción del lenguaje como norma. Tanto que no son pocos los medios que han ido manifestando sin pudor que en «las dictaduras se han aplicado mejor las normas». Un día tras otro esos analistas multidisciplinarios han ayudado a aumentar la confusión. ¿De verdad creen que China es el gran modelo? Por supuesto que aquí no somos mejores ni peores que nadie, pero ¿están tan seguros como para allanar constantemente el paso a aquellos que hoy todavía creen en los totalitarismos? Gracias al clima y a la atmósfera que se ha ido cocinando, hemos llegado al punto que cuando intento poner orden en estas cuatro reflexiones puede que hayan caducado del todo.

Vaciar de significado el término «populismo» que no define absolutamente nada y simplemente es la clásica acción de mirar a otro lado como placebo lingüístico. En esos espectaculares mítines Adolf Hitler y su circo llevaban a cabo la aproximación al pueblo, así de simple.

Aquí mientras me arrincono en este ángulo de papel parece ser que los apologetas del genocidio van a presentar un nuevo escrito y servidor no puede evitar exigir responsabilidades a la presunta izquierda porque sí, claro, las cosas cambian continuamente, por supuesto y la «izquierda» occidental desde 1945 no ha dejado el compromiso fijo con un inamovible punto de vista o incluso traicionando su esencia ha ido enrocando su forma de interpretar o reinterpretar la historia. El espacio «de izquierda» no se ha ido adaptando a los acontecimientos y el pensamiento neofascista sigue resituándose constantemente. B. Pasternak era de la opinión de vivir (y escribir) sin tregua y con ayuda de las nuevas reservas que ofrece la vida y aseguraba que «Maiakovski se suicidó porque su orgullo no le permitía aceptar los cambios que se producían en su interior y a su alrededor».

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