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Fuera de trama

Un virus puritano

En este año de pandemianos nos han atiborrado de normas hasta formar un galimatías tremendo

Una de las primeras cosas que me enseñaron en la carrera fue la importancia del espíritu de la ley. Todas las normas poseen un contenido –ese texto soporífero que solo los frikis del Derecho somos incomprensiblemente capaces de disfrutar– y un espíritu, que no es otra cosa que la razón que motiva al legislador a crearlas. Las normas se hacen con un fin; si este no se cumple, carecen de utilidad.

El fin debe estar en la exposición de motivos o preámbulo que antecede a la norma. Si no queda claro, es que quien legisla ha hecho un mal trabajo, olvidando –un olvido este demasiado frecuente– que las normas han de redactarse para la fácil comprensión de aquellos a quienes van dirigidas.

Pero lo cierto es que en la mayoría de las ocasiones, a poco que uno piense, el sentido de la norma es bastante obvio. ¿Por qué se nos impone la obligatoriedad de recoger del suelo los excrementos de nuestra mascota cuando la sacamos a pasear? ¿Quizá para que la calle no esté hecha una mierda, valga la redundancia? Entonces, ¿por qué hay tantos que no los retiran cuando creen que nadie les ve? O bien, ¿por qué hay limitaciones de velocidad? ¿Será para evitar accidentes? Siendo así, ¿por qué el noventa por ciento de los conductores pisan el freno cuando hay un radar a la vista? Está claro que no les ha calado el espíritu de la ley; simplemente quieren evitar la multa.

En este año de pandemia nos han atiborrado de normas hasta formar un galimatías tan tremendo que incluso los jurídicos más entusiastas han terminado hastiados. Pero, por poquito que nos pueda gustar acatarlas, la justificación es evidente: reducir los contagios. El toque de queda, por ejemplo. Ese que Pedro Sánchez quiso rebautizar como «restricción de movilidad nocturna». En algún meme (qué talento inagotable tenemos en España para esto) le contestaron «patatas, llámalo patatas. A todos nos gustan». Nos produce un rechazo lógico esa restricción de los derechos más básicos que supone y ni aunque le llamara «croquetas de mi madre» nos convencería. Pero hasta el menos avispado es capaz de entender el motivo: cuanto más tiempo en tu casa, más contagios evitas, sobre todo los de las fiestas nocturnas, que se encuentra estadísticamente constatado que es donde el virus mejor campa a sus anchas. Entonces, ¿por qué se celebran fiestas en las casas, donde tantos se quedan a dormir como les pille y salen ya de mañanita? No hablo de los borricos, irresponsables, zotes que van a las fiestas ilegales y masificadas. Me refiero a esos botellones de seis, ocho, diez colegas o colegas de colegas. Cumplen el toque de queda a rajatabla, sí. Nadie les parará en mitad de la calle y les impondrá una sanción. Pero, ¿acaso están cumpliendo su espíritu, que disminuya el riesgo de contagios?

Si esto es así con las normas impuestas, como para esperar esa responsabilidad colectiva con la que los políticos se llenan la boca. «Podéis quedar con todas las personas que queráis mientras sea por el día y de seis en seis (o el número que se estile en cada sitio), pero si no lo hacéis, mejor», nos vienen a decir. No hay más que ver las terrazas abarrotadas con el tardeo (tarde + tapeo, nos va que ni pintado a los españoles, y el virus frotándose las manos).

Ojalá esta no tuviera que ser una sociedad punitiva, pero entonces, para que funcionara, me temo que tendríamos que ser mucho más cívicos de lo que somos.

En cuanto a los legisladores, no salen mejor parados que el resto. Porque este espíritu de evitar el contagio se diluye con el tufo de arbitrariedad que despiden algunas de esas disposiciones. Se diría que cada político quiere distinguirse en lugar de unificar en lo posible para facilitarnos su cumplimiento. ¿Por qué en Madrid se permiten cenas de 6 personas pero con allegados y en Extremadura o Castilla y León cenas de 10 pero sin allegados? Cuando por fin empezábamos a asumir ese concepto tan ambiguo –lo mismo cabe la pareja de pádel que con la que llevas conviviendo veinte años–, en algunas Comunidades Autónomas optan por eliminarlo. Que alguien me diga cuál es el sentido de la norma aquí. ¿Es que en Cáceres es más contagioso que en Alcobendas no estar casado y bien casado? A ver si ahora va a resultar que nos ha salido un virus puritano. Solo eso nos faltaba ya.

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