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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

La constitución va por delante

La reanudación del debate sobre la utópica reforma de la Constitución es tranquilizadora, porque delata una rebaja en la tensión política y un apaciguamiento transitorio de la concentración obsesiva en la pandemia. La urgencia de una puesta a punto basada únicamente en el envejecimiento del texto constitucional equivale a exigir la actualización de La divina comedia. En síntesis, los políticos se sienten más ilustres que sus antepasados, bajo el prisma de que sus aportaciones serán siempre enriquecedoras. No existe ninguna comprobación empírica de esta ley.

¿Y si fuera exactamente al revés? Una perspectiva más enfocada apunta a que la Constitución va tan por delante de sus afanosos reformadores como el célebre virus. La Carta Magna no remite a una realidad anticuada, sino que describe un país más avanzado que el actual. Queda trecho por recorrer, antes de dar satisfacción a los 107 artículos vigentes. De hecho, la pasión por corregir el texto es una forma nada sutil de relativizarlo, de convertirlo en transitorio en cuanto sujeto a una mudanza imposible dada la configuración del Congreso.

Sin ir más lejos, la Constitución ordena «reglar la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación», en la patria del pelotazo urbanístico. Quién asegura que una reforma progresista y por tanto bienintencionada no suprime esta cláusula revolucionaria, bajo el mismo criterio que mantiene activas la reforma laboral y la ley mordaza de Rajoy. O que el texto renovado distingue entre una especulación buena y otra mala. También peligran las exigencias de un trabajo y una vivienda dignos para cada español, por no hablar del jurado o de la posibilidad de todo juez de encomendarse al Tribunal Constitucional. Mejor dejar la Carta como está, al menos hasta arrancar a los políticos la sinceridad elemental de que hay que reformarla ante la imposibilidad de cumplirla.

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