Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Igualita a Sophia Loren

Sobre no querer olvidar, pero sí que se apague el dolor. Sobre agradecimientos, comportamientos terapéuticos, besos perdidos, residencias que han hecho bien su trabajo y expectativas incumplidas. Y, por encima de todo, sobre mi padre.

Igualita a Sophia Loren

Escribir es terapéutico. Desde joven, corro a una papelería a comprar una libreta cada vez que tengo una crisis existencial, y ya llevo bastantes cajas repletas de ellas. Es una manera de reinterpretar la realidad, de hacer un borrón y cuenta nueva o de ver la historia desde otra perspectiva. Hoy no quiero hacer borrón y cuenta nueva. Ha muerto mi padre. Se ha ido uno de mis grandes referentes y no quiero olvidarle. Quiero que se apague el dolor, pero no pasar página. Quiero recordar su olor, su elegancia, su aplomo caminando y educación. Quiero recordar su sentido del humor, su cortesía y generosidad. Su tono de voz al saludarme con su «¿Qué pasó?» con acento canario o cómo levantaba el pulgar, disimulando, para indicarme que las cosas saldrían bien. Al nacer, mi padre dijo que yo era igualita a Sophia Loren. Creo que, desde el primer momento, ya estaba claro que no cumpliría con sus expectativas. Tardamos un tiempo en descubrirlo y otro en superarlo, pero ¿qué más da? Tener expectativas sobre los hijos o sobre los padres debería estar prohibido. Se pierde un tiempo demasiado preciado en ello. El coronavirus no se ha llevado a mi padre, se lo ha llevado la enfermedad difusa por cuerpos de Lewy. Una dolencia neurodegenerativa que te aprisiona dentro de tu propio cuerpo, tortura tu mente y te consume poco a poco. Hay que nombrar las enfermedades, porque visibilizarlas también es terapéutico. El coronavirus sí me ha robado la posibilidad de besarle y de abrazarle. Besar es una suerte y tener la posibilidad de hacerlo, un privilegio. Es una lástima no haber sido consciente de ello hasta la llegada de estos últimos diez meses. De haberlo sabido antes, habría besado más. Sí, papá, te habría besado mucho más.

Jamás se había hablado tanto de las residencias como en 2020. Jamás nos habíamos enfrentado con tanta crudeza a la forma en que permitimos que nuestros padres y abuelos pasen los últimos años de vida. Jamás habíamos asistido como espectadores a uno de nuestros grandes fracasos como sociedad: cómo nos organizamos y qué estructura creamos para proteger el bienestar de nuestros mayores. Y, pese al convencimiento de que ésta es nuestra asignatura pendiente y que tenemos el reto de reformular el sistema desde sus cimientos, solo tengo palabras de agradecimiento para los profesionales de la residencia que cuidaron a mi padre hasta el último momento. Gracias por tener la curiosidad de conocer cómo era él antes de la enfermedad y por verle más allá de sus limitaciones. Por tratarle con respeto, vestirle con dignidad y tener en cuenta su opinión y voluntad. Gracias por facilitar la información y comprender la impotencia y desolación de la familia. Por compartir las videollamadas y por proteger su salud. Por llorar su pérdida y por haberle querido. El coronavirus se ha cebado con muchas residencias, pero algunas lo han hecho mejor que otras. Mi padre y nosotros tuvimos la suerte de estar en una de ellas. Agradecer. Otro acto terapéutico. Gracias a los amigos por acompañarnos. Por los escritos, por las llamadas, por los audios, por los mensajes. Algunas palabras han sido el mejor homenaje que mi padre podría haber tenido y, para nosotros, un gran consuelo.

¿Sophia Loren? Es que me lo pusiste un pelín difícil.

Compartir el artículo

stats