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Antonio Papell

2021: la resurrección

El cambio de año, que deja atrás el malhadado 2020 (el peor año de nuestra historia, excepción hecha de los periodos de guerra), nos introduce en un virginal 2021 que al menos lleva bajo el brazo el más preciado de los tesoros: las vacunas contra la covid-19, que no podíamos imaginar hace apenas unos meses, cuando los expertos nos advertían de que la producción ex novo de un fármaco tarda aproximadamente una década. Con el alivio de esta irrupción, nos llega también, como una vaharada de aire fresco, el orgullo por pertenecer a una cultura y a una civilización capaz de semejantes proezas: el poderío tecnológico de Occidente, que China trata de emular meritoriamente con su experiencia iliberal de gobierno, no es retórico: hemos logrado lo que parecía imposible, no una sino varias vacunas eficaces, que son la solución a la pandemia. Es obvio que los primeros cálculos, que auguran que la inmunidad de rebaño tardará todavía bastante tiempo, se corregirán a la baja en cuanto entren en el mercado las nuevas vacunas que competirán con la de Pfizer: la de Moderna y la de Oxford-AstraZeneca, recién aprobada esta última en el Reino Unido. La china Sinopharm tiene una eficacia aceptable del 79% y sin duda se incorporará también a los mercados occidentales. Es evidente que, atacadas las primeras urgencias, los países ricos deberán tutelar la vacunación del Tercer Mundo, sin la cual el virus no se extinguirá rápidamente.

En definitiva, el camino hacia la normalidad (la definitiva, no la fallida ‘nueva normalidad’ del fin de la primera oleada en 2020) no está todavía expedito, y tendremos que convivir con las medidas de seguridad adoptadas, que suponen limitaciones a la movilidad y la condena a determinadas actividades económicas del sector servicios (el turismo, que engloba a muchas de ellas, se normalizará al final de todo, como un colofón testimonial de que el riesgo ha posado).

En ese 2021 tendrá, pues, el Gobierno que pilotar la reconstrucción, que debería ser total a finales de año, ya liquidados los últimos restos de la pandemia. Reconstrucción que no ha de limitarse al simple desarrollo del pacto de coalición y del programa electoral (que se redactaron, por cierto, antes de la covid-19) sino que ha de convertirse en una marcha hacia la normalidad económica que incluya la vuelta a la vida de las actividades recuperables, la inversión en nuevos proyectos de digitalización y descarbonización, la reforma del mercado laboral para facilitar el empleo y eliminar precariedad y una profunda y bien meditada reforma fiscal que garantice la sostenibilidad del país, tras salir de una crisis que nos habrá dejado con una deuda pública muy elevada. Obviamente, habrá que explorar la posibilidad de que una parte de esta deuda (y de las de los demás países europeos) sea convertida en deuda perpetua a los tipos de interés actuales, con el fin de no resurgir de las cenizas lastrados con el peso retrospectivo de la pandemia sobre las espaldas.

En este proceso de reconstrucción de la mano de Bruselas, el control de los fondos comunitarios estará a cargo del Gabinete de Presidencia del Gobierno, que, bajo la tutela de la ministra de Economía, deberá liderar el proceso de modernización que se pretende. Los recursos han de ir en la dirección de modernizar el modelo de desarrollo y de impulsar sectores de mayor valor añadido que los que se hayan debilitado con la pandemia (turismo, hostelería, restauración, etc.). El debate parlamentario sería teóricamente muy útil en esta empresa, pero no parece que los grupos políticos estén dispuestos a mantener un diálogo creativo basado en evidencias objetivas y en posibilidades reales. En nuestras cámaras, el pudor político ha dado paso al impudor publicitario, y el poder y la oposición compiten a cara de perro, sin concesiones, entre otras razones porque el viejo debate entre el centro-derecha y el centro-izquierda se ha visto sustituido por otro más amplio en el que participan la extrema derecha y la izquierda radical. Pero alguna vez las formaciones centristas tendrán que sumar fuerzas para llevar a cabo las reformas pendientes. Esta podría ser una primera oportunidad.

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