Opinión
Desde el siglo XX | El año en el que el PSOE apuntaló a la Monarquía
No es incurrir en exageración afirmar que hoy más que en ningún momento desde la aprobación de la Constitución la Corona depende del beneplácito socialista, pues sin él caería a plazo fijo
La historia a veces se recrea en extraños requiebros. Lo que sucede con la Monaquía de los Borbones, la Monarquía parlamentaria establecida en la Constitución de 1978, y el PSOE, partido de raíz inequívocamente republicana, heredero directo de lo mejor de la Segunda República, legado que no está en condiciones de reclamar Podemos, es uno de esos peculiares estrambotes que en las Españas se versan en contadas ocasiones. Ocurre que hoy, en los estertores de 2020, el año de la pandemia (es tópico obligado reseñarlo), el Partido Socialista, controlado con puño de hierro por Pedro Sánchez, es puntal que estabiliza la Corona encarnada por Felipe de Borbón y Grecia, jefe del Estado constitucional. Felipe VI sigue en el trono esencialmente porque el PSOE le confiere respaldo sin fisuras, nítido, por mucho que las histéricas derechas reiteren vociferantes que uno de los principales propósitos ocultos del presidente del Gobierno es el de liquidar la Institución aupándose a la presidencia de la fantasmagórica Tercera República. Es falsedad hasta excesiva para la credulidad de su incondicional electorado. Además, innecesaria: la realidad, como siempre, desenmascara a los que gustan de recrearse en malévolas fantasías. PP, Vox y Ciudadanos saben que el apoyo cerrado del PSOE a Felipe VI, a la Corona, deja sin margen de maniobra reconocible al campo republicano. No desconocen que con los socialistas a su vera la Monarquía no corre peligro. No ignoran, para su desespero, que el respaldo que ellos le brindan es, además de redundante, nocivo. También saben que tal cómo se han puesto las cosas lo último que hoy se desea en Zarzuela es la victoria electoral de las derechas, que juntas sumen para formar gobierno. Constitucionalmente sería impecable. Democráticamente inapelable. Históricamente otro requiebro, solo que de consecuencias probablemente poco halagüeñas para la permanencia de la dinastía borbónica.
Un triunfo electoral de las derechas desencadenaría proceso que podría tornarse incontrolable. Recordemos lo sucedido con las elecciones municipales, simplemente locales, del 12 de abril de 1931. Dos días más tarde fue proclamada la Segunda República.
Entre Felipe VI y Pedro Sánchez se ha establecido una sólida entente cordial que no resquebraja los barriobajeros exabruptos de Pablo Iglesias y las gentes de Podemos, incapaces, por lo que se va viendo, de entender cabalmente que la pandemia ha modificado drásticamente los parámetros por los que se ha movido la política española a rebufo de sustanciales cambios planetarios. Tampoco las derechas han caído del todo en la cuenta de que el futuro inmediato no es el que habían previsto. No les ayuda lo que leen y oyen en los medidos proclives a sus intereses. Atendiendo a lo que se publica en Madrid se obtiene la conclusión de que la hecatombe está al caer, que las derechas han de estar prestas para recoger los restos del naufragio y salvar a España. Ensoñaciones producto de la impotencia.
Corona y PSOE se entienden en lo fundamental. Están de acuerdo en lo que hay que hacer con Juan Carlos de Borbón. El prescindible mensaje de Nochebuena evacuado por Felipe VI, insulso, gangoso, repleto de lugares comunes, no altera lo sustancial de la ecuación, que sigue siendo la propiciada por el extravagante requiebro histórico al que estamos asistiendo. Lo constataremos de nuevo cuando el jefe del Estado firme, como constitucionalmente viene obligado, los indultos a los independentistas catalanes que le presentará el Gobierno. Veremos aspavientos y farisaicas rasgadas de vestiduras, pero los Junqueras y demás conmilitones saldrán de la cárcel que nunca deberían haber pisado. Será otra de las consecuencias de la colusión de intereses entre la Monarquía y el Partido Socialista Obrero Español. El de Pedro Sánchez.
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