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Pilar Galan

Yo qué sé

Yo qué sé se ha convertido en la frase del año, en la respuesta que damos a casi cualquier pregunta. ¿Cómo estás? ¿Cómo ves el futuro? ¿Cuántos cenaréis en Nochebuena? ¿Qué estás leyendo estos días? Yo qué sé vale para todo, porque refleja mejor que ninguna otra expresión la duda y el hartazgo, que podemos acentuar con la entonación adecuada.

No, no sé cómo estoy, podemos decir. Trato de permanecer optimista, de ver lo bueno, de asumir que estoy sana y de que nadie muy cercano ha resultado dañado, pero el mundo pesa, las tardes agobian y la luz que se muere enseguida invita a la tristeza y la melancolía. No, no se ha ido nadie cercano por coronavirus, pero sí mucha gente conocida, y muchas otras que ya no conoceré jamás, y la cifra abulta los bolsillos de la ligereza. Tampoco sé cómo veo el futuro. Quiero creer en él, volver a vivir en un mundo en que no hagan falta mascarillas, ni las calles sean un mar de niebla a través de las gafas empañadas. Necesito pensar que no habrá más contagios, que volveremos a salir, a abrazarnos y a estar cerca. Pero yo qué sé. Sí sé lo que haré en Nochebuena, en Nochevieja y en cualquier fiesta que hasta ahora supusiera reunirse con mucha gente. Digan lo que digan las autoridades sanitarias sobre diez o doce o allegados o familiares, yo voy a cenar con las tres personas con las que convivo, con nadie más, y sobre todo, voy a tratar de hacerlo sin el halo de tragedia que muchos quieren darle. Ya habrá días para juntarse y celebrar, no hagamos dramas de lo imposible. Yo qué sé qué puede pasar si se reúne más gente de la permitida, pero no quiero experimentarlo.

Y por último, yo qué sé qué estoy leyendo. Hace meses que me cuesta concentrarme. Cada poco, tengo que releer la página que acabo de pasar. Y ya no hablo de escribir. Ni de cualquier hecho que suponga abstraerse de esta niebla que se empeña en encontrar siempre resquicios para colarse en las casas. Yo qué sé, sí. Y hoy es Nochebuena, y habrá personas que respondan que están mal, y otras que ni siquiera puedan responder, y algunas que ya no conocerán el futuro ni se reunirán en otras Nochebuenas. Y sillas vacías y mesas demasiado grandes y nos oprimirá el pecho un silencio que querremos romper hablando demasiado. Pero los que estamos aquí y seguimos vivos, y no hemos sufrido un daño irreparable, tenemos la obligación de no dejarnos vencer por el desánimo. Yo qué sé, sí, pero alguna vez sabremos. Mientras tanto, sigan bien, piensen en los días mejores que están por venir, lean aunque no puedan concentrarse y disfruten del aquí y ahora que supone más que nunca esta Nochebuena.

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