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Estamos cansados, muy cansados...

Estamos muy cansados. Y yo, además, absolutamente confusa. Escuché hace unos días en televisión las declaraciones de uno de esos 400 militares franquistas que desean resucitar o al menos glorificar a Franco... Decían que era un político que «respetaba la Constitución..., su Constitución, sí, y creía en ella». Los que participaban en aquella entrevista se quedaron a cuadros preguntándose atónitos qué diablos habría querido decir este personaje y a qué llamaría él Constitución. ¿Al catecismo del padre Ripalda? Lo que nos faltaba. En esta etapa tenemos de todo, hasta un inusual virus -covid- con nombre ambiguo. Pero he de aclarar que aquel militar era muy mayor y en realidad, me daba lástima.

Lo cierto es que este extraño episodio me ha llevado a otras épocas ya lejanas en que viví acontecimientos inusuales, como parece que le ha pasado al viejo militar que ahora nos sorprende. Porque yo también viví aquellos años y sé lo que me digo hoy. Aquel periodo fue el triste final de la II República -cuando yo nací- y el advenimiento de una era larga e incomprensible de posguerra. Este militar de hoy, tal como yo lo he percibido, parecía despistado y sin poder encontrar un escalón histórico donde sentarse; actuaba como si aún escuchara por las calles a aquellos falangistas que solían maniobrar cantando el ‘Cara al sol’, pero se encontró sumergido en otros tiempos y, como dirían los muchachos de hoy, ‘se le fue la olla’. Mas supongo que así serán los 400 que se ‘levantan’ hoy para reivindicar el franquismo, que en paz descanse.

Y metida como estoy en estas precauciones impuestas no solo por las autoridades actuales sino también por el sentido de nuestra propia responsabilidad, encuentro tiempo para soñar mi ayer, y asustada me he vuelto a ver en un antiguo ambiente enrarecido por las vaharadas de incienso, cánticos de novenas, mujeres con velos negros en la cabeza, manguitos para cubrir la desnudez del antebrazo, que el brazo ya andaba cubierto por la manga casi larga, no fuera a vérsele ni un centímetro de carne pecadora. Misa todos los domingos cuyo incumplimiento se penalizaba con la estancia en el purgatorio si no se había pasado previamente por el confesonario para que, una vez explicado el «desliz con todos los detalles», pudiera ser perdonado. Los hombres tenían otros tratamientos porque, claro, la mujer era portadora de tantas posibilidades de pecado... Los hombres solo eran portadores de valores eternos, según Falange Española; y España era para éstos «una unidad de destino en lo universal». Y «para defender a la madre y a la patria, la única dialéctica posible era la de los puños». Las palabras tendentes a la concordia estaban de más o eran ‘feminoides’.

El militar que vi en la tele debe conservar, me temo, todos estos conceptos bien estibados en su muy personal Constitución.

Tendríamos que disponer de muchos tomos si escribiéramos todas las increíbles vicisitudes de aquella posguerra, pero mejor que descanse en paz. ¡Qué tiempos...!

Y yo me sigo preguntando en este presente que aún tenemos, qué piensan hacer 400 viejos militares nostálgicos frente a la sociedad de hoy que no se frena ni con el hermano covid. Si todo eso es lo que puede presentar el muchacho ese que salió a conquistar España montado en un caballo desde Covadonga, van listos. Seguramente, como son muy religiosos, aún creerán en los milagros. ¿Qué podemos hacer en esta España tan falta de conocimientos? El gallardo joven que descendió de Covadonga llenando toda España con su ‘vox’, desgranando el mito creado por los que encarnan las esencias de España salida de las entrañas del Dios del Antiguo Testamento, y se ven más arrogantes desde esa tribuna que desde la realidad de la historia de España, debieran estudiarse la historia del bachiller de hoy, que será menos encumbrada, pero es la nuestra pura y dura. La verdadera, no la sacada de ese mito inventado desde hace unos decenios. Que entrent en el documento histórico, no en la historia sagrada.

¿Cuándo podremos tener un buen sistema educativo que produzca buenos ciudadanos, políticos capaces, éticos e inteligentes, buenos profesionales en todos los campos etcétera? Estoy cansada de predicar en el desierto, de veras. Muy cansada. ¡Ay, los buenos políticos, qué falta hacen! Parece que oigo al griego aquel diciendo: «Allí donde el mando es codiciado y disputado, no puede haber buen gobierno», y hay mucho de eso en estos días.

En fin, todos estamos ya cansados. Y no solo del virus, también de ver ese parlamento que se desquicia de tanto en tanto y parece una pelea de gallos; o los que salen de casa sin mascarilla y se lían en botellones haciendo que esta enfermedad no cese; de ver a los científicos tan agotados, a los maestros y profesores echando la hiel por que los jóvenes no se atasquen y pierdan un ritmo y un tiempo irrecuperable... y de ver las calles llenas de gente cuando se ha pedido encarecidamente que estén vacías por el bien de todos...

Estamos muy, muy cansados...

En fin, como dijo el pobre Miguel Hernández, que también las pasó negras: Dios dirá, que siempre está callado.

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