Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

De Felipe VI a Azaña

El 3 de noviembre de 1940, acaban de cumplirse 80 años, moría en Montauban, en el exilio, don Manuel Azaña, quien, en los últimos estertores de la guerra, siendo el Presidente de la República en retirada, había dejado el poder en manos del general Miaja, presidente del Consejo Nacional de Defensa, para que oficializara el fin de la cruenta contienda que acabaría consolidando el golpe militar del general Franco y abriendo paso a la ominosa dictadura de casi cuarenta años. Azaña había sido el fundador en 1926 —en plena dictadura de Primo de Rivera— de Acción Republicana, partido democrático, izquierdista, anticlerical, que durante la República se convirtió en Izquierda Republicana, y que participaría en el Frente Popular. Aquel mismo año obtuvo el Premio Nacional de Literatura con Vida de Juan Valera. Fue presidente del Consejo de Ministros entre 1931 y 1933 (también asumió la cartera de la Guerra), un periodo de gran fecundidad en el que se realizaron reformas educativas, económicas, militares, sociales e institucionales, entre las que destacan la reforma agraria, la reforma militar, la creación de un estatuto de autonomía para Cataluña, y la laicización del Estado. Azaña ha pasado a la historia como un gran intelectual, y desde luego como el principal dirigente de la Segunda República, que la presidiría desde el 11 de mayo de 1936 hasta el final. Es decir, Azaña representó la legalidad constitucional durante toda la guerra.

En esta ocasión del octogésimo aniversario de la desaparición del prócer, el Estado español ha querido rendir homenaje a este ilustre personaje, enamorado de España, reformista de prosa limpia y clara, impulsor de los grandes cambios que trajo consigo el frustrado régimen que trató de enmendar la decadencia de la monarquía de Alfonso XIII, que naufragó estrepitosamente por su incapacidad y falta de altura de miras. Y esta vez, el homenaje ha estado cargado de sentido porque las máximas instituciones del Estado, incluido el Rey Felipe VI, han participado en las honras a aquel gran español que murió en el exilio y que soñó con gran anticipación las libertades de que algún día disfrutaríamos.

El simbolismo de la presencia regia en la inauguración en el Prado de la gran exposición sobre Azaña no requiere demasiadas explicaciones. Lo que el monarca ha querido subrayar es que el régimen actual ha interiorizado la mayor parte del programa republicano que la exigua clase intelectual de los años treinta pretendía implementar en este país, atrasado y lúgubre todavía. Dicho de otra forma, Felipe VI ha contestado sin palabras a la izquierda republicana que le censura aquí y ahora explicando que aquella República y esta Monarquía no son en absoluto antagónicas. Si en 1931, el advenimiento de la República supuso una radical transformación encaminada a mitigar las abismales diferencias entre clases, a formar a un país analfabeto, a resolver añejos problemas territoriales, a crear una industria inexistente, etc., hoy el concepto de republicanismo no significa en España más que lo que ya tenemos, a excepción de la forma de designación del jefe del Estado. Se entiende perfectamente que se prefiera una República parlamentaria como la italiana a una Monarquía parlamentaria como la española, pero, dicho con la mayor honradez, la diferencia real en la práctica es inexistente.

En el último tramo del siglo pasado, Maurice Duverger escribió un famoso libro de politología, La monarquía republicana, que versaba… sobre la V República Francesa, desde De Gaulle a Mitterrand, depositarios del principio monárquico, verdaderos monarcas en el estilo, la solemnidad y la auctoritas, aunque elegidos democráticamente y con poder ejecutivo real. De aquella enseñanza se desprende que en la Europa actual la forma de gobierno no sólo no es determinante sino que pasa de un modelo a otro con fluidez porque lo relevante es la existencia de poder arbitral y simbólico que contribuya a organizar el sistema representativo. Propongan, pues, reformas de calado los republicanos, en lugar de perder el tiempo con reformas constitucionales, que nos dividirían en lugar de apiñarnos hacia el objetivo común.

Compartir el artículo

stats