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Norberto Alcover

La ocultación de la divinidad

Nosotros, los creyentes, decimos que hacer visible la presencia de Dios en nuestra sociedad, la que sea, forma parte de nuestra fe

Pues sí, el momento más relevante para los cristianos y también para muchos que no lo son, es ese instante en que el Dios misterioso de nuestra fe toma carne en Jesús de Nazaret. A ese momento, le llamamos Encarnación o «toma de carne». Lucas, el evangelista, lo convierte en una conversación entre un ángel, intermediario de la divinidad, y María, una chica del pueblo más llano, que al final de la propuesta, dice que sí, que lo que su Dios le encargue lo asumirá como propio. Y, como escribía, se produce históricamente la Encarnación.

Para nada deberíamos escandalizarnos de este encuentro tan extraordinario, pues en nuestros días, la militancia sociopolítica discurre por el mismo acto obediencial de María. Si el líder lo manda, pues se cumple a rajatabla. Pasa nada. Sucede, sin embargo, que, en el caso de Lucas anda por en medio la fiabilidad de Dios, mientras que en los casos actuales lo que anda por en medio, tantas veces, es la simple mentira: en el caso de la chica de Nazaret se trata de un acto de fe pura y dura, mientras en el otro caso se trata de una entrega a personajes que pretenden lo que no dicen al personal. Claro está, negar la realidad de lo propuesto por Lucas, puede ser una consecuencia de nuestros hábitos sociopolíticos. Descreídos de los hombres y mujeres, acabamos sin fe en nuestro Dios. Las personas somos únicas, indivisibles y, en fin, permanentes: si ante lo que nos supera actuamos de una manera, siempre actuaremos igual. No a Dios, no a los demás. Es una dimensión navideña que solemos olvidar.

Siempre he comentado que, una vez aceptada la Encarnación del Hijo de Dios en Jesús de Nazaret, con la consiguiente aparición de Jesucristo en la historia humana, todo lo demás son consecuencias altamente lógicas, aunque también nos parezcan misteriosas, casi inefables. De tal manera que el momento del Nacimiento de Jesucristo que celebramos en Navidad, surge del hecho encarnatorio como derivado consecuente. La Navidad es la explosión de la Encarnación. Y ambas realidades tienen un denominador común: se realizan en silencio, de forma lejana de cualquier espectáculo, en lugares absolutamente desconocidos para la cultura del momento y sin dar muestra alguna, en la realidad, de estar llamadas a revolucionar la historia mundana y religiosa. Como dice Ignacio al tratar la pasión de Jesucristo: la divinidad se esconde. Y esta ocultación en pobreza, en abajamiento y en lejanía de todo poder, de manera que la dimensión divina de Jesucristo no aparezca por sitio alguno, es el gran misterio del Adviento y de los días navideños que estamos viviendo. Prácticamente nadie de nadie, en tales momentos, cayó en la cuenta de lo que estaba por suceder o había sucedido. Exactamente lo mismo que en la actualidad: como la divinidad la tenemos escondida en nuestra vida cotidiana, ¿no es lógico que la pasemos por alto cuando los cristianos celebran las presencias de tal Navidad en nuestros días? Vale la pena pensárselo. Y un signo es la progresiva desaparición de los belenes, sustituidos por árboles y trineos. Eso sí, con mucha purpurina.

Nosotros, los creyentes en ese Jesucristo que se hace carne y nace, haríamos bien en dejarnos sorprender por Encarnación y Nacimiento, sin darlos por hecho, y además preguntarnos y respondernos sobre esta ocultación de Dios en nuestras sociedades. Estamos convirtiendo en comentario cotidiano que nadie puede determinar la libertad humana respecto del problema de Dios. Por supuesto. Pero es que nosotros, los creyentes, decimos también que hacer visible la presencia de Dios en nuestra sociedad, la que sea, forma parte de nuestra fe, es decir que renunciar al testimonio de todo esto es renunciar al deber de evangelización derivado del más estricto Evangelio. Dios se oculta por humildad, pero nosotros debemos de hacerlo público por urgencia. Porque si no lo proclamamos, entonces no podemos quejarnos de lo que sucede en tantos lugares. De otra manera, la divinidad se esconde por voluntad propia, pero nosotros debemos de convertir tal ocultación en parusía, en desvelamiento. Dios aparece humilde y nosotros, que le adoramos en cuanto tal, tenemos la obligación de decirle a nuestros conciudadanos que la Encarnación permanece en el tiempo y espacio humanos, y que por lo tanto solicitamos que respeten nuestra satisfacción y esperanza. En nuestras casas, en nuestras calles, en nuestras iglesias, y donde nos parezca oportuno. No hay abdicación posible en esta materia.

Si nuestra dimensión civil, política y económica, siempre necesarias, nos obligan a ser respetadas, por razones constitucionales y de bien común, nuestro compromiso con Jesucristo, Dios hecho carne y nacido, es mucho más relevante que todo lo demás. Las fidelidades se vivirán según su diversidad, pero de manera luminosa. Jamás podremos renunciar a la divinidad en beneficio de la ciudadanía. No estaría nada mal relacionarlo estos días mientras hacemos nuestra la ocultación en humildad de nuestro Dios en la persona de Jesucristo. Para complementar la ocultación con la proclamación.

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