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Pilar Garcés

El desliz | No estamos para fiestas, feliz Navidad

Sería bueno reconocer que se han estado enviando mensajes como mínimo contradictorios a la ciudadanía, que ahora deberá pasar unas Navidades a medio gas

No estamos para fiestas, feliz Navidad

En primer lugar, haremos lo que nos digan. Si seis a la mesa, seis; si diez a la mesa, diez. Si PCR, pues PCR; si toque de queda, toque de queda. En segundo lugar, la Navidad sí importa. No importa más que la salud y la vida, cierto, pero importa más que el resultado de la Copa del Rey o el de las próximas elecciones. Al menos en mi familia. Desde hace seis años, en nuestra Navidad brindamos por la Navidad de 2013, que fue la última que pasamos todos juntos. Esa Navidad pudo no producirse, pero felizmente ocurrió. Ignoro si la Navidad 2020 va a tener un significado especial en algún hogar, si en las sobremesas del futuro se hablará de ella porque alguien anunció que esperaba un hijo, o alguien presentó a su amor, fue la última de un ser querido con la memoria intacta o la primera de una nueva vida sin esa persona tóxica al lado. Los discursos imitación Merkel, pero sin empatía, se pueden ahorrar el sermoneo de «no estamos para celebraciones», como si las malas cifras de contagios fuesen culpa de los elfos, los langostinos y los villancicos. No restemos mérito a lo que esta Navidad vamos a hacer como comunidad aquellos a quienes sí nos importa la Navidad, que es cumplir con las recomendaciones y vivirla como nos manden, con añoranza y a medio gas. Una Navidad de baja intensidad por el bien de todos, incluso de aquellos que no han renunciado a sus paellas multitudinarias, sus cenas de empresa, sus tardeos y sus salidas golfas por nosotros. Pero importa la Navidad, el cumpleaños de los niños que no se ha celebrado y el viaje de aniversario que se ha convertido en un bono aéreo este 2020.

No estamos para fiestas. 

Y hacemos lo que nos dicen, que es una cosa y la contraria, con la seguridad de que tendremos la culpa si algo sale mal. Nos instan a quedarnos en casa, y a que compremos en los comercios asfixiados por la crisis sanitaria, y no en internet. Y en el primer puente se monta una aglomeración de paseantes que se bajan la mascarilla para comer churros y castañas mientras miran los escaparates, y se abarrotan los centros comerciales. El ayuntamiento de Palma instala un árbol luminoso gigante y se forma una cola kilométrica para visitarlo y lo clausura, y tira a la basura el dineral que ha costado. De la misma manera, organiza una Cabalgata distópica por una ciudad desierta y cercada por la policía para que los niños no se acerquen, con el único propósito de que la retransmita la televisión: máxima audiencia con cargo a los impuestos de los palmesanos. El mensaje de que esta Navidad no puede ser como las anteriores no ha llegado a la política cantamañanas, que gobierna como hace un año, o como hace dos. La que mantiene en pie Sant Sebastià, aunque no existe ninguna posibilidad de que pueda celebrarse con el espíritu popular que merece tener. Cancelar de una vez las fiestas patronales, y dejar de manosearlas y reconvertirlas en un absurdo conjunto de actividades de pequeño formato que solo sirve para despilfarrar dinero público, sería un buen recado para una ciudadanía que está ya muy harta de no saber a qué atenerse.

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