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Juan Rigo

Cafouillage

Aunque la traducción resulte un tanto compleja, cafouiller es el verbo que mejor se ajusta al asunto que abordaré en estas líneas. Concretamente al modo en que se ha llevado el tema de la comunicación en el episodio covid. Y cuando digo comunicación no me refiero a la abrumadora repetición de datos estadísticos, la letanía del número de contagios, de ingresos en UCI, ni a otros aspectos puramente para-medícales, que constituían el grueso de la información referente a la pandemia. Tampoco a los neologismos y anglicismos que han adornado el discurso informativo no solo de los portavoces del gobierno, sino también de comentaristas políticos y periodistas en general. El sujeto que me interesa - y hablo de lo vivido aquí en Francia - es el de la utilización de ciertos vocablos, frases desafortunadas, que han emborronado las campañas de prevención dirigidas al gran público. Con mensajes que de un modo repetitivo nos informaban de lo que teníamos que hacer para protegernos y de los gestos a evitar. Pues bien, si tuviéramos que dar la Palma de Oro, como en Cannes, seguramente ganaría el disparte de respetar la «distanciación social», en referencia al famoso metro y medio, o dos metros, distancia mínima recomendable entre personas, evitando el contacto físico para disminuir el riesgo de contagio. Lo de social, sinceramente, no lo entiendo. Suena a clasismo, a no mezclarse con gente que no sea de tu misma condición social. Me gustaría conocer al cerebro que ideó la frasecita, o que la tradujo del inglés. Con lo fácil y claro que queda la «distanciación física», término que lógicamente ha acabado por imponerse.

También se las trae la calificación de «productos no esenciales», como excusa para el cierre de la mayoría de los pequeños comercios, y estamos hablando nada menos que de librerías, peluquerías, boutiques, zapaterías y un largo etcétera que permanecieron cerradas durante un mes, y que de rebote obligaron a «precintar» los pertinentes espacios de las grandes superficies, de los grandes supermercados que permanecían abiertos bajo la coartada de dedicarse a la venta de productos de «primera necesidad». Pero, por favor, no solo de pan vive el hombre. Llamar bien no esencial a un libro es un insulto tremendo, como lo es el no autorizar un corte pelo y un brushing, cuando el teletrabajo no nos exime de estar presentables, cuestión vital de imagen y de autoestima. Y como que no considero que estas metidas de pata sean una exclusiva gala, saliendo del espacio hexagonal he podido comprobar que los deslices semánticos son también de actualidad al sur de los Pirineos. Porque, que me dicen de ¿allegados? Se supone que no hablamos de parentela, pero algún lazo habrá para incluirlos en las celebraciones familiares. Y la RAE, en una de sus acepciones no despeja la duda: «Dicho de una o más personas con respecto de otra u otras, cercano o próximo en parentesco, amistad, trato o confianza». O sea que parientes pero no tanto, próximos o lejanos, amigos/as íntimas, vaya usted a saber. Tremenda confusión. Confusión que me lleva de vuelta al cafouillage del principio. Alain Rey, en el Robert, lo define como un «termino de uso familiar en el sentido de actuar de un modo desordenado e ineficaz», sinónimo casi del bafouillage en el sentido de «hablar confusamente». Con lo fácil que es hablar claro para entendernos. Aunque evidentemente la claridad no es una virtud al uso en los tiempos que corren, donde lo políticamente correcto se impone como norma, absurda, a seguir.

Aprovecho de paso para felicitarles, moderadamente, estas extrañas Navidades.

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