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La oposición necesaria

Los españoles hoy deberíamos estar celebrando un año más la vigencia de la Constitución como símbolo del período de democracia más largo de nuestra historia. En los tiempos que corren no es un hecho menor. Pero la realidad no nos permite esa mínima complacencia. La pandemia ha traído desazón y angustia. Y, políticamente, España se encuentra en situación de alerta. Sufre una división profunda y apenas tiene certezas sobre su futuro. El amplio apoyo parlamentario recibido por el Gobierno en el debate de los Presupuestos es, en realidad, una victoria pírrica en el pleno sentido de la expresión. Donde el Ejecutivo ve un horizonte de estabilidad y recuperación de la economía, los grupos con los que ha pactado perciben una oportunidad única para resolver definitivamente los contenciosos que desde hace tiempo vienen planteando. Alentados por el socio minoritario de la coalición gubernamental, los nacionalistas catalanes y vascos pugnan por un cambio de régimen que establezca una organización territorial radicalmente distinta.

Las exigencias de los grupos que sostienen a Pedro Sánchez están en constante renovación. Un día Bildu pide una solución para la cuestión navarra, otro los independentistas catalanes exigen la amnistía para sus presos, al siguiente el ala más izquierdista del gabinete plantea el recorte de la semana laboral y a continuación vuelve a los temas eternos de la plurinacionalidad, la Corona o la exclusión preventiva de la derecha de los asuntos de estado. Cada anuncio supone un susto y una alarma en la opinión pública. La agenda del conglomerado de fuerzas que danzan alrededor del Gobierno no da tregua. Es iluso esperar que la calma se imponga en lo que queda de legislatura. Por lo demás, los dirigentes políticos han decidido librar las batallas ideológicas pendientes en medio de las urgencias básicas provocadas por el virus. No puede sorprender que, por primera vez, los españoles, a través de las encuestas del CIS, señalen la política como el principal problema del país, por delante de la pandemia y del paro.

En ves de simplificar el panorama político, el acuerdo presupuestario lo complica todavía un poco más. La sociedad española se muestra consciente de que la situación es susceptible de empeorar. Existe cierto temor a que el PSOE se deje llevar por una actitud demasiado receptiva con los partidos que respaldan al Gobierno y que para satisfacer sus aspiraciones no repare en adentrarse en terrenos resbaladizos, ignorando el espíritu que inspira la Constitución y traspasando incluso sus límites. Con el pretendido control sobre la verdad informativa y la reforma que afectaría al nombramiento del CGPJ, o los prolongados silencios con que recibe las demandas soberanistas de Podemos y los nacionalistas o el que dedica al Rey cuando es cuestionado, parece haberse aventurado por esa peligrosa senda. La desconfianza generalizada hacia la ambigüedad con que actúa Pedro Sánchez, escaso de autoridad moral, alimenta todas las dudas.

Los fracasos de la democracia en España han tenido la misma causa: la falta de compromiso de los españoles y las organizaciones políticas con sus valores y sus normas. En la actualidad, por fortuna, al contrario que en otras épocas, en España hay muchos y muy buenos demócratas. Pero el centro de la arena política está ocupado por las fuerzas que practican sin disimulo el sabotaje al régimen. El momento reclama que esa gran mayoría de gente respetuosa y conforme con la Constitución, incluida la eventualidad de su reforma, se manifieste con claridad.

El Gobierno se va alejando paulatinamente, a medida que cede el protagonismo a sus socios menores, del consenso sobre el que se levantó la democracia. Es ahora cuando se hace imprescindible la presencia de una oposición inequívocamente demócrata. Ser leal, pero rigurosa y firme, y al mismo tiempo estar al servicio de los ciudadanos sin sucumbir a las tentaciones de erosionar a un Gobierno que no define su política y es poco escrupuloso con las reglas del juego, no es una combinación que esté fácilmente al alcance de un partido. Pero es la requerida por las circunstancias. Vox, desubicado, bien sea por la experiencia fallida de la moción de censura o por la derrota de Trump, se ha desentendido de esa responsabilidad y flirtea con iniciativas contrarias a la democracia. Ciudadanos lo ha intentado, aunque es difícil decir si con éxito. El PP ha amenazado con no aplicar alguna ley en las autonomías donde gobierna, recoge firmas en la calle contra proyectos legislativos en trámite y se resiste a firmar acuerdos con el Gobierno. Como partido de gobierno que es, su desafío consiste en representar  a los sectores moderados del electorado, que esperan de los políticos una actitud responsable y cooperativa. La legislatura sigue su curso y el deber de la oposición es olvidarse de elecciones, dedicarse a los problemas de los ciudadanos, ser siempre consecuente en el cumplimiento de la Constitución, máxime cuando el Gobierno no pone especial empeño en ello, y tener paciencia.

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