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Juan José Company Orell

Pobre pachanga nuestra

Cierto es que la providencia no nos ha otorgado un himno nacional digno de tal nombre; todo en él es criticable desde el punto de vista de la musicalidad; no tiene letra a pesar de los pasados intentos para colocarle un texto que cante loas a la Patria; y es que además su propia composición no aconseja su acompañamiento vocal, dado que se trata de una marcha cadenciosa del siglo XVIII, en fin un reto casi imposible para el letrista. No hemos tenido la fortuna de tener una representación musical del País como poseen los alemanes con un himno compuesto nada más y nada menos que por D. Joseph Hydn, o un asomo al mundo operístico como es el himno transalpino, ni tan siquiera supimos subirnos al carro de lo casi lírico de algunos himnos nacionales de los países hermanos de la antigua España en América, como el de Venezuela, surgidos en el siglo de su independencia; así estamos.

Y no es que haya faltado talento nacional para conseguir levantar los ánimos patrios, si es que quedan todavía, a través de la música, cualquier compositor de zarzuelas de nuestro nada escaso acerbo del injustamente denominado género chico da muestra de la cualidad y calidad de sus composiciones que bien podrían suplir la parsimonia del actual himno, como es el ejemplo del Himno de Valencia, compuesto por D. José Serrano, con una larga producción de obras líricas como La Canción del Olvido, El Trust de los tenorios, Los de Aragón, La Dolores (quien no se ha emocionado con su jota, de la que suele decir el gran Placido Domingo que es casi el himno nacional de España), El Amigo Melquiades y tantas otras; que decir de ese Canto, al que tantos hemos acudido en alguna madrugada de suficiente carga etílica, y que marca la añoranza de la tierra asturiana, obra de un cubano de pro, hijo de asturiano, como fue el músico Ignacio Piñeiro; incluso nuestra propia Balanguera tiene todos los ornamentos que se le requieren a un Himno que se precie. Pero qué le vamos a hacer, tenemos lo que tenemos.

Pero va un largo trecho desde la consideración de que nuestro canto nacional, que sigue haciendo saltarle las lagrimas a nuestro Rafa, y todos saben de quien hablo, cada vez que recibe la Copa de los Mosqueteros, seguramente no por sus valores musicales sino por las referencias que le trae, carece de los elementos necesarios para categorizarlo apropiadamente como himno nacional que se precie, a pasar a calificarlo de alegre pachanga fachosa; asoma la duda de si el calificativo de fachoso lo eligió el Señor de Galapagar en referencia al aspecto exterior de la marcha, como de descuidado o desagradable o por una signada connotación con el facherío; no parece que sea esto último pues no existe sonido más alejado de que aquellas tonadas y marchas de la italiana fascista y no digamos de la Alemania nazi que la tonadilla de la marcha granadera; si tal es, esa calificación de fachosa, sería desacertada aún cuando solo fuera porque el movimiento fascista, como bien debiera saber un profesor universitario de Políticas, es muy posterior a la música que se califica como tal. Me pregunto cuál será la opinión del Vicepresidente segundo sobre el Himno Nacional de Bolivia y su letra cargada de bravos guerreros y loores a la patria.

Pero ya dice el refranero que a perro flaco todo son pulgas, y nuestro sufrida Marcha Granadera, ha venido en padecer además por parte de una banda, y no de música precisamente, un estrago añadido, con una, por todos conocida, perpetración del Himno Español, a la llegada de la representación española que acudía a la toma de posesión del nuevo presidente del País.

Pareciera que en la tierra de músicos de la talla de los Apolinar Camacho, los Adrian Patiño, los Gilberto Rojas Enriquez, o los Gustavo Navarre, se hubiera perdido el tomo musical o la simple pericia interpretativa; se desconoce hasta el momento la causa de tal desaguisado musical, se barajan propuestas que van desde la posibilidad de que, en un país en el que uno de sus líderes políticos proviene del mundo cocalero, se hubiera acudida al desmesurado consumo del producto patrio, o que la interpretación fuera dedicada a alegrar los oídos del representante gubernamental español, dado su proverbial desprecio por su propio himno, aunque también cabe la posibilidad de que los intérpretes de la distorsión polifónica no fueron los más aventajados alumnos de su academia musical.

De un modo u otro permítanme mis hermanos bolivianos que les sugiera e indique que nuestro Himno Nacional no precisa de ayudas sobrevenidas para su desmejora, ya es él suficientemente sufrido, y con ese quejío seguirá sonando hasta que nos pongamos a la labor de proporcionarnos otro con más calidades, de cálido, musicales. Esperemos.

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