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Que la Navidad nos pille saneados

Quien más quien menos anda haciendo cálculos, cuando no chistes, sobre el número de familiares o amigos que entran o salen de la cena de Navidad o de los fastos (no fastos, que nada es lo que era) del último día de este año al que le tenemos muchas ganas... de que acabe. Tantos cálculos y tantos decrecimientos, que las familias normales o medianas parece que juegan a los diez negritos de Agatha Christie. Sí, en mi casa también. Sumando y restando todo el día. Y la verdad es que no debería ser trascendente ni dar lugar a una discusión o a una lágrima. Lo más importante en estas fiestas no será si cenamos en una casa o comemos en la otra, con la discusión aparejada. Tampoco quién llevará el turrón o quién el marisco o quién se escaqueará de comprar el champagne. Solo hay una cosa fundamental y es si alguien no acudirá por enfermedad suya o de un cercano.

Como todo lo que ocurre desde que empezó esta guerra, también los avatares en torno a las fiestas navideñas tienen un derecho y un revés. El revés es conocido, visible y devastador. Pero el derecho es que seguramente será la primera vez en la vida de cada quien con un calendario de Adviento realmente tranquilo. Solo hay que recordar con auténtico horror la queja generalizada del estrés con el que abríamos la agenda de cada día desde el primero de diciembre, quejas baldías. Porque seguíamos como si nada, como si el desgaste fuera inevitable. Vivíamos ese último mes del año como si se acercara el fin del mundo. Había que ver al último de los últimos mejores amigos. Había que beber la última copa, la última botella. Había que encontrar y reservar el restaurante para comidas, cenas, copas, afterworks, llamada tras llamada, clica que clica, hasta dar con el que por fin tenía mesa, espacio en la barra o sobre la misma, a cualquier precio...

Este año, por contra, no habrá ese problema. Habrá otros. Y existirán, es de esperar, comidas y cenas, pero más selectas o más familiares, de mínimos, qué más da. Ya que tenemos que ser pocos, elegiremos mejor. Y utilizaremos más las casas. Eso sí, recordemos que la hostelería necesita seguir viviendo... y si no podemos acudir a los restaurantes, usemos sus cocinas y pidamos comida. También en esto seremos más selectos. Y más sostenibles. Porque si algo nos ha enseñado esta guerra es la importancia de consumir con consciencia, de consumir calidad y cercanía. Es increíble cómo nos ha cambiado el cuento y cuántas personas son hoy más sabias y por tanto más respetuosas con la alimentación, que no es ni más ni menos que serlo con sus cuerpos. Y más cultas, porque la sostenibilidad, la alimentación sostenible, la buena alimentación también es cultura.

No me he olvidado del capítulo regalos, aunque este año me temo que serán más comedidos. Primero porque la economía en general no parece que esté para tirar cohetes. Pero seguramente también porque hemos descubierto la cantidad de cosas que atesoramos, muchas sin usar o apenas utilizadas... Este año podemos regalar algo diferente. Por ejemplo, uno de esos besos que nuestros padres o familiares o amigos vienen reclamando desde hace meses. O ese abrazo que hemos ido negando. Eso sí, con todas las precauciones y con la seguridad de no portar el bicho. Y si no es posible darlo, creemos el cheque-abrazo o el cheque-beso, a cobrar en el momento en que pueda ofrecerse o recibir con seguridad. Podríamos generar incluso una tarjeta regalo por «x» besos o por «x» abrazos, contabilizando todos aquellos que no hemos dado o que hubiéramos deseado. Y es que en nuestros baúles nos sobran ropa, y bolsos y zapatos, pero en nuestro armario emocional nos faltan gestos de cariño, esas notas de amor que antes se escapaban, a veces repartidas incluso a quienes no las merecían, besos o abrazos muletillas del compromiso.

Pues eso, sí, que he dicho guerra. Y es que la pandemia lo es, entre otras cosas emocional, además de una batalla contra la salud y la economía. Porque privarnos de gestos de amor, de tocar y ser tocado por nuestros seres queridos es una de las mayores crueldades sobrevenidas. Más aún si cabe con el sadismo, que es masoquismo a un tiempo, de saber que es a beneficio de todos. Por eso, que la Navidad nos pille sanos, que el año próximo ya nos pillará vacunados.

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