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Cristina Martín

Mujeres: culpables de contaminar por tener la regla

El Govern balear ha subvencionado con 3.900 euros un estudio sobre lo que contaminamos las mujeres al cabo del año (y de nuestra vida) debido a nuestro empeño en usar tampones y compresas. El informe se llama Guia cap a una menstruació residu zero. Nou període y lo presentó el lunes el director general de Residuos y Educación Ambiental, Sebastià Sansó, junto a la responsable de la fundación Rezero, que firma el trabajo. El Govern destaca que es un estudio «pionero en Europa» sobre los residuos generados por los productos de higiene menstrual. Por si las mujeres no arrastrábamos ya suficientes culpas desde que Eva ofreció la manzana a Adán y se desató la furia divina, ahora el Govern, integrado por PSOE, Unidas Podemos y Més, también nos carga con el peso de la contaminación que provocamos por tener la regla cada mes, y por recurrir a los productos que nos permiten salir de casa y mantener nuestra actividad normal sin miedo a inoportunas manchas rojas.

Este exhaustivo estudio de 51 páginas propone alternativas a los tampones y compresas, que «no son sostenibles»: la copa vaginal, compresas y bragas reutilizables y, a modo de traca final, «el sangrado libre». Los autores aseguran que con entrenamiento, una mujer es capaz de detectar cuándo va a comenzar la hemorragia y a contenerla hasta llegar a un váter, como se hace con la orina. Lo peor es que lo dicen completamente en serio.

Cuando mi hija tuvo su primer periodo le expliqué que debía integrar la menstruación en su vida cotidiana, y que no debía dejar de hacer nada en absoluto. Nada. Las mujeres tenemos la regla una vez al mes durante alrededor de 40 años de nuestra vida y no debemos dejar que nos limite en ningún ámbito. Para eso tenemos tampones y compresas, que nos dan seguridad y nos permiten desarrollar cualquier actividad. Quien pone el foco ahora en la contaminación que causamos las mujeres al usar estos productos, y nos propone alternativas inviables, porque nos obligan a quedarnos en casa junto a un váter o una pila para lavar trapos ensangrentados, debería reflexionar sobre si no debería dedicar su tiempo, recursos y dinero a otros asuntos más productivos y que atenten menos contra la libertad, la independencia y el desarrollo profesional y humano de las mujeres. Por ejemplo, un estudio sobre la cantidad de bolsas de plástico que se gastan en las fruterías de los supermercados (cada día del año, por parte de clientes de ambos sexos), un despilfarro que se puede evitar sin afectar a la vida y autonomía de nadie. ¿Harán un estudio similar sobre lo que contaminan los productos de afeitado de los hombres? ¿Les propondrán que se dejen barba para evitar ese gasto insostenible? Muchos se afeitan a diario o cada dos días, mientras que la regla de las mujeres es unos cinco días cada mes. ¿También van a censurar los pañales de los niños? ¿La alternativa es micción libre, donde caiga? ¿Que las madres se pasen el día limpiando pises y cacas y lavando ropa y cambiando sábanas?

Mientras Escocia es noticia por ser el primer país del mundo en dar gratis compresas y tampones (un gasto inasumible para muchas familias), Balears lo es por financiar un estudio en el que nos dice a las mujeres que cada mes, durante los días que nos dure el sangrado, nos quedemos en casa. Porque ¿cómo vamos a afrontar una jornada laboral o de estudios o de deporte, o de lo que sea, si estamos pendientes de que la copa menstrual no se desborde o de que las compresas o bragas reutilizables no nos jueguen una mala pasada? ¿Qué hacemos por ahí con los trapos ensangrentados? ¿Meterlos en el bolso para lavarlos en casa? Lo de entrenarnos para controlar el sangrado y que salga solo cuando queremos parece un chiste, la verdad.

Mi madre recuerda que en el pueblo las mujeres usaban paños que luego lavaban y hervían, un pesado trabajo que se sumaba a todo el que ya tenían sobre sus espaldas. Mujeres del Ejército soviético en la Segunda Guerra Mundial relatan lo difícil que era pilotar un avión o luchar en las trincheras y tener la menstruación; lo mal que lo pasaban cuando manchaban los pantalones y no podían limpiarse ni cambiarse. A veces, con suerte, tenían trapos, pero a menudo no los podían lavar ni secar. Estos testimonios recogidos por Svetlana Alexievich en La guerra no tiene rostro de mujer revelan cómo la biología (la menstruación) representaba una enorme carga para ellas; incluso sentían vergüenza, en un medio tan hostil a la mujer como la guerra y el ejército, pues todo estaba hecho a la medida del hombre. Ni siquiera los uniformes tenían en cuenta la anatomía femenina (como el volumen del pecho). Gracias al progreso y a la industria, a los tampones y a las compresas concretamente, ahora ni las militares ni ninguna otra mujer en ningún otro ámbito nos sentimos limitadas durante los días en que tenemos la regla. Un Govern que enarbola la bandera del progresismo y del feminismo debería reflexionar sobre si tiene sentido que gaste dinero (público) en pagar estudios que culpabilizan a la mujer de contaminar por usar productos que le permiten desarrollar cualquier actividad. La defensa del medio ambiente no puede hacerse a costa de restringir la libertad y el avance de la mujer en la sociedad, pues nos ha costado mucho llegar hasta aquí.

Nos han hecho sentir culpables por no amamantar «lo suficiente» a nuestros hijos, por ser madres y trabajar fuera de casa, por no dedicar más tiempo a la familia y a la casa... Lo que faltaba es que ahora nos hagan sentir culpables cada vez que nos pongamos una compresa.

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