Un matrimonio amigo me invitó a cenar y a los postres les dije que su casa no respiraba bien. Les hizo gracia porque no habían percibido los ahogos de la vivienda, pese a que eran perfectamente audibles si prestabas un poco de atención, incluso si no prestabas ninguna. Dios mío, jadeaba el sumidero del lavabo del cuarto de baño y el de la pila de la cocina, y los grifos exhalaban también quejidos de desesperación. Todos los sanitarios gemían por los orificios por los que normalmente respiran. Suspiraban asimismo los ojos de las cerraduras y los radiadores de la calefacción, sollozaban los quemadores del gas y gruñía el perro, que pertenecía a una de esas razas con fatiga crónica. No había forma de concentrarse en el plato de jamón ni en la copa de vino ¿Cómo vivir en una casa que jadea?, ¿cómo en una a la que le duelen las puertas o cría legañas en el marco de las ventanas?
