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Miguel Vicents

Aquella isla de Cabrera

El próximo 29 de abril de 2021 se cumplirán 30 años desde que el archipiélago de Cabrera, el mayor tesoro natural de Balears, fue declarado Parque Nacional. Los resultados de aquella decisión histórica arrojan un balance positivo desde cualquier punto de vista que se analice, salvo en los capítulos de la financiación y la dotación de personal. En Cabrera se realizaban de forma periódica ejercicios militares con fuego real, se permitía el fondeo, la pesca profesional y deportiva y era posible también el baño y bajar a tierra sin ningún control, mientras la ensenada natural del puerto se convertía en los meses de verano en una fiesta de embarcaciones de todo tamaño abarloadas, que contempladas desde el castillo parecían acordeones desafinados. La protección total del espacio y el inicio de la gestión pública, como todo cambio, generó una incomprensión momentánea por las nuevas restricciones. Pero devolvió el silencio a Cabrera. Y contribuyó de tal manera a la regeneración del territorio y de sus aguas, que nunca una pérdida resultó tan provechosa. En poco tiempo, vimos emerger ante nuestros ojos una catedral gótica de la biodiversidad más imponente a cada año que pasaba. Y comprendimos que, ante un tesoro tan bello y frágil, el ciudadano debe empequeñecerse, borrar todas sus huellas. Pero sobre todo no permitir que ese proceso se detenga. Es nuestra responsabilidad personal y colectiva.

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