¿Debería afeitarme?
¿Por qué no dejarme la barba? Siempre la horrible duda. Abandono el cuarto de trabajo y me voy a la cocina para hacer un sofrito relajante. Mientras corto la cebolla en juliana, pienso en los males del mundo. Me suenan todos, de todos los males tengo algún eco, pero no se me ocurre la solución para ninguno. Y ya llevo dos cebollas cortadas.
En esto, me llama el dentista para recordarme que me toca una limpieza de boca. Le digo que sí porque me suena, en efecto, que tengo dientes. Lo confirmo al pasarme la lengua por ellos. Tengo dientes, tengo que cortarme el pelo y quizá debería afeitarme. La realidad va cobrando forma gracias a estas certidumbres domésticas. Pero lo que a mí me gustaría arreglar no es lo doméstico, me gustaría arreglar el universo. He leído en un artículo de economía que deberíamos vigilar el apalancamiento financiero. Me suena también esto del apalancamiento financiero, aunque no sabría definirlo a ciencia cierta. Cerca de mi casa, en cambio, hay un indigente que duerme entre cartones. De eso estoy seguro porque lo veo cada día. También estoy seguro de que el 20% de los españoles son pobres y de que la electricidad cuesta un ojo de la cara. Dos ojos de la cara cuando empieza el frío. ¿Podríamos resolver el asunto de la pobreza apalancándonos? Ahí es donde falla mi cabeza: en la relación entre el pasivo y la deuda, por poner otro ejemplo. Me suena lo que es un pasivo y conozco mis deudas personales, pero ¿me afeito o no me afeito?