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Miguel Vicents

La ciudad más sucia del mundo

Para muchos ciudadanos de Palma, las calles y plazas de Ciutat compiten en un concurso interminable en el que solo puntúa la suciedad, las muestras de abandono y el incivismo. Cada vecino que afronta esta pesada carga contable sobre sus espaldas es el indignado vigilante de la zona que más transita y el rastreador que luego comparte sus hallazgos en sociedad entre feroces críticas al Ayuntamiento. Esos conocimientos imprescindibles de la vida en Ciutat se difundían hace años en las charlas del bar o en el trabajo. También llenaban las cartas al director de los periódicos con discursos muy precisos que, tras la localización exacta de la muestra de incivismo, su descripción, los lamentos de rigor y la glosa histórica sobre el lugar agredido, llegaban por distintos vericuetos y argumentos a la única conclusión posible: Palma está más sucia que nunca.

Hoy los rastreadores de Ciutat han rejuvenecido, pasándose en bloque a las redes sociales, donde han perdido prosa pero mantienen la indignación intacta, ahora acompañada por fotografías y vídeos de pintadas, excrementos de perro y muebles abandonados. Gracias a su labor coral sabemos que en los días más calurosos del verano en la calle Manacor huele a orín; que el bario de Foners es un campo de minas de excrementos caninos; que en la plaza Comtat del Rosseló no cabe una pintada más; que en Eusebi Estada se abandonan conjuntos de salón comedor de los años setenta de lunes a viernes y que los coches para el desgüace se aparcan los fines de semana en el polígono de Son Castelló discretamente y si te he visto no me acuerdo. A veces he pensado que tanta información sobre nuestras basura no ayuda a tener una ciudad más limpia, pero la indignación compartida une mucho. Quizá sea el desagüe de nuestra ración diaria de ira, antes de regresar a la indiferencia que nos constituye.

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