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Matías Vallés

Pedro Sánchez ha llegado donde quería Alfonso Guerra

Los ejemplares enemigos del pacto con Bildu o Esquerra no aclaran quién ha de gobernar con los resultados de las dos elecciones de 2019

Cada generación piensa que las siguientes están formadas por seres ignorantes y repulsivos, indignos en cualquier caso de ocupar los cargos que los dinosaurios ejercieron con una probidad que nadie por fortuna se va a molestar en verificar. Ni se les ocurre reparar en que los sucesores fueron formados en todos los campos por los sucedidos, y que la emulación es el principio rector de la sociedad humana según demostrara Thorstein Veblen.

Por ejemplo, Alfonso Guerra husmea en las «decisiones autoritarias» que estaría adoptando Pedro Sánchez. Desde luego, nadie dudará del afinado detector de autoritarismos del emisor de «a España no la va a reconocer ni la madre que la parió» y «el que se mueva no sale en la foto», ejemplos de tolerancia, de lealtad institucional y de delegación del poder. Cabe celebrar en todo caso la moderación del antiguo vicepresidente del Gobierno socialista al referirse a un inquilino de La Moncloa, por comparación con los epítetos que dedicó a Adolfo Suárez sin ir más lejos.

Guerra ha entrado en erupción a causa del acuerdo presupuestario «absolutamente despreciable» del Gobierno con los independentistas vascos. De inmediato le ha arrullado el coro de disidentes del PSOE, empezando por un Rodríguez Ibarra que posee la mejor brújula para calibrar una situación política. Para acertar, basta con hacer lo contrario de lo que propone el líder extremeño. La hostilidad desatada obliga a plantear con toda frialdad si ETA es preferible a Bildu, la «úlcera sangrante» que invocaba Arzallus. O si es «relativamente despreciable» pactar con los herederos del nazismo, porque los escrutadores de la limpieza de sangre política nunca especifican los plazos de caducidad o prescripción de sus encolerizamientos tan carpetovetónicos.

Sorprende que los escandalizados obvien en sus embestidas el desgaste que también sufren los independentistas, por sostener al Gobierno pese a una hostilidad declarada de sus votantes que no amainará aunque el apoyo se revista de contrapartidas. Y asombra en especial que aquel Merlín electoral llamado Alfonso Guerra generalice hoy en los «muchos españoles y muchos socialistas» que gritan al unísono «con Bildu, no». Este aullido desesperado no viene recogido en los barómetros mensuales cocinados por el CIS del guerrista José Félix Tezanos.

En un mentís explícito a Guerra, «pocos españoles y pocos socialistas» parecen haber accedido a la histeria desde que Sánchez desbancara a Rajoy en junio de 2018, con el apoyo indispensable de Bildu. En ningún punto de la encuesta publicada el pasado miércoles se advierte la deriva catastrófica para los intereses del PSOE, ni en las expectativas electorales ni en la valoración de su cabeza de cartel. A lo sumo, un estancamiento adormilado, la terrible constatación para los paquidermos envejecidos y enfurecidos de que su apelación solo levanta indiferencia.

Los ejemplares enemigos del pacto con Bildu o Esquerra no aclaran quién ha de gobernar con los resultados de las dos elecciones de 2019, que podrían haberse repetido indefinidamente sin alterar la correlación de fuerzas. Más allá de descalificar a Sánchez cualquiera que sea su decisión, los patriarcas no explican la geometría que adoptarían para soslayar la alianza «antinatural» con Podemos, más allá de privar del voto a casi diez millones de ciudadanos. Porque los votantes «absolutamente despreciables» de Bildu, ERC y BNG son españoles de pago, ¿o tampoco?

Por extraño que parezca con la proliferación de irrefutables, las elecciones son decididas por los votantes y no por los antiguos vicepresidentes del Gobierno. Los eméritos esgrimen unos triunfos que serían incapaces de ejecutar. Ni Aznar ni González ni Guerra provocarían en las urnas mayor emoción que un educado «su cara me suena». Respecto a la inclinación actual del líder de los descamisados y sus imitadores, se mostraron muy enérgicos para ordenar a Sánchez que votara a Rajoy cuando la contabilidad no le obligaba a ello. Han bajado notablemente el volumen a la hora de reclamar a Pablo Casado que refuerce al PSOE, para zanjar así los devaneos con el independentismo.

Quienes hemos admirado a Guerra in vivo por encima de cualquier otro político español, sabemos que nunca hubiera apoyado al PP, ni siquiera de forma indirecta. Además, un hombre público no es siempre la persona más adecuada para juzgar su propia trayectoria. En realidad, Pedro Sánchez ha llegado donde quería el vicepresidente de González, una osadía imperdonable. El sevillano siempre reclamará el cetro literario sobre el madrileño, pero solo convencerá de esta supremacía a quien no haya sufrido sus escritos autobiográficos. Una página difícil de arrancar es uno de los títulos más polisémicos del memorialismo reciente.

El partido que más se aproxima a los postulados de Guerra se llama Ciudadanos, con la particularidad de que se precipitó de 57 y a diez diputados, una debacle a la altura de UCD. No cabe descartar que Guerra le desee una decena de escaños o todavía menos a Sánchez, pero también deberá entender que el presidente del Gobierno se sienta más confortable aspirando a una cifra algo superior. Ambos desearon la presidencia con igual fuerza, uno la logró.

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