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Llorenç Riera

Lletra menuda | Control confuso y débil para una pandemia móvil

La incidencia del coronavirus se ha reducido a la mitad en Manacor durante los veinte días transcurridos desde que la ciudad está sometida a un cierre confuso y difuso, más teórico que práctico, en el que manacorins y visitantes han entrado y salido de la zona urbana como han querido y podido. Una treintena larga de carreteras, caminos y atajos dan muchas alternativas y una imposibilidad de control que el alcalde Oliver se cansa de pregonar al vacío.

Si el cierre perimetral ha sido un colador y han bajado los contagios, significa que las medidas adoptadas no son las adecuadas. Es la plasmación de que el coronavirus es móvil y ha tenido demasiadas facilidades para escaparse de la presión manacorina hacia contornos menos hostiles. Ha viajado sobre la irresponsabilidad de sus portadores. Miren la evolución no oficial, esa que se delata en la calle y el ambiente de las poblaciones vecinas y despejaran toda duda sobre la concentración actual de la covid-19.

Ayer el Govern mandó a la consellera Gómez a Manacor, una intervención de urgencia para evitar que la última gota de la indignación comercial y ciudadana haga derramar el peor vaso de la protesta. La consellera de Salud ejerció su función de mensajera y se fue con los apuntes de la petición municipal de levantamiento del cierre y de líneas de ayuda para las empresas. Estudiará las reivindicaciones, pero dejó el rastro del escepticismo y la confusión porque, al tiempo que regresaba a Palma, el Govern ya anunciaba la buena evolución de su obsesión con Manacor pero sin darle ninguna traducción práctica.

Quizás todo quede a expensas de la oportuna aparición estelar de la presidenta Armengol. Ayer era pronto para someterla a un presumible desgaste. Pero el confeti de las Fires i Festes es incierto y lejano.

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