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Cierra el pico, Catón

Queda mucho camino por delante hasta que la Liga de las Naciones, o algo así, signifique algo para el futbolero de a pie, y queda muchísimo más hasta que ese futbolero que camina por el mundo del fútbol como Labordeta caminaba por ese país que llevaba en la mochila entienda el funcionamiento de un campeonato nacido para rellenar y hacer caja. No eres tú, selección española de fútbol. Somos nosotros, los futboleros. Tipos que necesitan partidos de Liga el fin de semana y que les pasa con el fútbol de selecciones (a excepción de una Eurocopa o un Mundial) lo mismo que a algunos les ocurre con la ópera: a veces, se despiertan sobresaltados. Dicho esto, fútbol es fútbol. Y si hay que ver un partido entre las selecciones de España y Ucrania, se ve. Por supuesto. Otra cosa es que no sepamos muy bien qué es ese partido, para qué sirve exactamente y, cielos, quién es esa gente que viste la camiseta roja de España. En la antigua Roma, los que se presentaban a un cargo público tenían prohibido legalmente tener ayudantes que les recordaran los nombres de los ciudadanos con los que hablaban. Imagínense los malos tragos que tenían que pasar muchos candidatos mientras paseaban por una ciudad tan, tan, tan grande como Roma. Por eso las autoridades toleraban o, al menos, eran comprensivas con esos ayudantes que echaban una mano a sus jefes cuando flaqueaba la memoria. Catón el Censor, sin embargo, el serio, austero, recio y muy tradicional político, escritor y militar romano que fue tribuno de la plebe, cuestor, pretor, cónsul y censor, era de otra pasta. A Catón, como apunta el historiador Eward J. Watts en su fascinante ensayo “República mortal”, le encantaba hacer ostentosos despliegues de virtud y fue de los pocos que obedeció la ley que prohibía la presencia de ayudantes y, además, se aseguraba de que todos los votantes lo supieran. Entre los futboleros está “prohibido” tener ayudantes que informen a lo largo de un partido de quién es tal o cual futbolista. No me refiero a sus nombres, que están bien visibles en las modernas camisetas individualizadas que tanto mal han hecho al fútbol, sino a la posición, procedencia, trayectoria, virtudes y defectos de los futbolistas que se mueven por el terreno de juego. Si Roma era grande, el fútbol es enorme, descomunal, gigantesco. Necesitamos ayudantes. Por eso la labor de un comentarista como Maldini es tan indispensable como la de un ayudante que en la antigua Roma susurraba al oído de un candidato el nombre de un ciudadano al que debía saludar. En el caso de la selección española de fútbol de Luis Enrique, los futboleros necesitamos la ayuda de los comentaristas más que el pobre emperador Marco Aurelio en la película “La caída del imperio romano” cuando tiene que saludar por su nombre a los representantes de todas las provincias del Imperio. Porque, reconozcámoslo, un futbolero de bien no puede permitir que el compañero de sofá pregunte quién es Pau Torres o Mikel Merino y se vea obligado a recurrir al cambio de tema o a ofrecerse a ir a la cocina a por una cerveza fresquita. Los futboleros necesitamos un comentarista ayudante tanto como un candidato de paseo por Roma. ¿Rodri? Bueno... ¿Eric García? Sí, esto... ¿Ferrán? Ehhhhh... ¿Olmo? Por supuesto, por supuesto... Solo hay algo peor que ser un futbolero sin ayudante que se pasea por Roma, y es ser Catón. Ya sabe, ese tipo que lo sabe todo, conoce a todo el mundo y saluda a Pau Torres o a Rodri como si los conociera de toda la vida. Cierra el pico y mira el partido, Catón.

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