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Muchas prohibiciones, cero control

Gianni, de mi edad, murió en septiembre de un cáncer de páncreas y no me quiero imaginar el dolor de esa primavera enclaustrado en casa sin el inestimable consuelo de las visitas de su gran familia de amigos. Como tampoco el de los que pasan sus últimos días en residencias acorazadas contra los abrazos pero, a lo que se ve, no contra el SARS-CoV-2. Personas que no vivirán otro futuro porque el tiempo, siempre irrecuperable, a ellas se les acaba, al igual que a tantas, aun sin saberlo. Los confinamientos vulneran derechos humanos, y ese toque de queda contra el virus vampiro que se desata de noche, y parece de chiste menos para la gente a la que arrastra a la quiebra o el paro, me temo que sea, tal vez, la antesala de otro. Si esto sucede, dirán que han hecho todo lo posible para evitarlo y que nosotros tenemos la culpa. Pero es mentira. Porque, ¿dónde estaban los controles cuando transitaron más de un millón de viajeros por los aeropuertos de Eivissa y Palma este verano? ¿Dónde los rastreadores entonces? ¿Qué se ha hecho del refuerzo de la sanidad? ¿Para qué ha servido multiplicar normas si no se ha vigilado su cumplimiento? No vivimos en los mundos de Yupi y, como con los borrachos al volante, siempre habrá inconscientes o egoístas. La obligación de las administraciones es poner los medios para frenarlos. No lo han hecho y otro encierro amaga con secuestrarnos la vida a todos. Espero que nadie lo aplauda. Estaría vitoreando un gran fracaso.

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