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Pacifismo de estantería

Estoy leyendo estos días el testimonio conmovedor de alguien que vivió los dramáticos años de la Gran Guerra: Vera Brittain, en su obra Testamento de juventud, en la que describe en palabras justas el pesar de toda una generación perdida, la autora inglesa solía decir que «la guerra produce más criminales que héroes, lejos de desarrollar nobles cualidades en quienes participan en ellas, saca lo peor de las personas». El significado de la frase es de perfecta aplicación a los que, en estas últimas fechas, se dedican a sembrar la violencia y el desorden en las calles, escudándose en un entendible hartazgo social de la actual situación.

Y es que se ha llegado a una encrucijada social, pero sobre todo ética, en la cual algunos prefieren mejor recorrer el sendero fácil y sin responsabilidades, que consiste en achacar a los demás todos sus males y castigarles por ello, al más complejo y complicado transitar por un camino igualmente reivindicativo pero esforzado y por demás respetuoso con otros que igual sufren las circunstancias adversas tanto o más que los vocingleros «quemacontenedores y asaltatiendas».

Me corroe la curiosidad por saber cuántos de esos, que seguramente se denominan a sí mismos no violentos pero que demuestran en las calles una agresividad, disciplina de combate y violencia, que ya quisieran para sus reclutas algunos sargentos de marines o algún brigada legionario, han participado en manifestaciones pacifistas o en contra de la violencia policial; no me digan que no sería gracioso constatar que los mismos que abjuran de la violencia, cuando ésta va vestida de uniforme sean los mismos que luego asaltan las calles, de forma nada pacifica y pertrechados convenientemente para la guerrilla urbana y se conjuran para abrirles la cabeza a los que protegen a aquellos otros que no se «ajuntan» a la actitud de los «luchadores» callejeros, más dados a llevarse, por la «jeró», cualquier botín de escaparates convenientemente violentados, que a defender el derecho del dependiente de esa tienda a continuar el día siguiente con su trabajo o al propietaria del comercio perjudicado a seguir con su labor de comerciante.

Ese pacifismo de pacotilla que algunos, como pasa con algunas enciclopedias adquiridas no para ser consultadas sino tan solo para rellenar estantes y aparentar una curiosidad intelectual que no se posee, pregonan pero no secundan, es pura exhibición, es tan solo una hipocresía personal más. Y procuremos no encasillar este tipo de actuaciones en una u otra tendencia política o social, eso sería lo mismo que bailarles el agua a unos u a otros que deciden aprovechar esas lamentables imágenes; los que así actúan no son de extrema allí o de extrema aquí, son llana y sencillamente extremamente delincuentes. Y a ese tipo de delincuentes poco a nada afectan las sanciones dinerarias, unas veces porque nada tienen, en no pocos casos porque nada procuran, otros por ser menores; y por ello soy escasamente forofo de ese tipo de sanciones para estos individuos; pero existen alternativas, por ejemplo a los que se les identifique rompiendo tiendas, que se les condene a repararlas; a los que se les pille desvalijándolas, que trabajen en ellas las horas necesarias para resarcirles de sus pérdidas; a los que queman contenedores y esparcen sus contenidos, que formen brigadas de limpieza urbana a fin de que limpien las mismas calles que embrutecieron; estoy casi seguro pues si se ven en esas tesituras cambiaran sus actitudes; si ellos procuran esconderse entre la masa para sus fechorías deben ser expuestos públicamente por ellas de forma individualizada. Y si me apuran, al igual que se venía haciendo en la Inglaterra victoriana, que a esos delincuentes, primerizos o no, dado que acreditan un especial Esprit de Corps y maneras para el combate, se les dé la opción de elegir entre términos de prisión o un igual periodo de servicio en el ejército profesional, donde podrán dar rienda suelta a su espíritu combativo e incluso recibir una soldada por ello.

Menos mal que en contraste de esos modos, nuestra esperanza se centra y se ve recompensada en actitudes como la de esos chavales de Logroño (gracias, Pablo), que al día siguiente de las algaradas se dedicaron a la callada labor de limpiar y adecentar lo que los otros habían ensuciado y destrozado la noche anterior, en un comportamiento que nos devuelve la fe en nuestros jóvenes que otros quieren arrebatarnos.

Es casi una herejía que esos delincuentes se abanderen al grito de «Libertad», van gritando y exigiendo libertad, mientras se coarta y se malversa de forma harto gamberra la de otros, lo que nunca es precisamente una recomendable actitud. En palabras de Ghandi, él sí pacifista de socarrell, los medios violentos solo nos darán una libertad violenta.

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