Se sentó a mi mesa sin pedir permiso, con su cerveza, sólo por el hecho de haber sido presentados por alguien. Segundos después agradecí que lo hubiera hecho. Juan Carlos, cubano, con quince años de residencia en España, había salido de La Habana gracias a un matrimonio de favor. Evitó así una condena de cárcel al haber sido cazado en posesión de una caja de habanos ilegales. Conocía mi libro editado en 1995 sobre su Habana del ‘período especial’ y quería comentarlo conmigo. Pero lo realmente interesante fue lo que me contó él, veréis, no tiene desperdicio. 

Como fisioterapeuta, formó parte del equipo de un traumatólogo cubano de prestigio internacional dentro de la órbita de la Unión Soviética. Cuando Irak invadió Kuwait, él se encontraba en Bagdad rehabilitando al mismísimo Sadam Husseín después de una operación correctora de hernia discal practicada por el famoso traumatólogo. El mundo es realmente pequeño. Me dijo que Sadam le trataba siempre con deferencia. «A veces me daba una palmada en la espalda y me decía OK», lo hacía alzando el pulgar, el puño cerrado, y guiñando un ojo. Le obligaban a dar los masajes en traje y corbata, la bata blanca les parecía demasiado informal. Se tenía que arremangar a las bravas y trabajar de esa manera…

Comisionado por el Gobierno cubano, más de cuatro meses se pasó Juan Carlos en Bagdad, hospedado en el lujoso Hotel Bagdad, dedicando una hora diaria a la espalda del presidente iraquí. En su tiempo libre se encontraba con otros cubanos, funcionarios de la Embajada de su país y también con personal de la seguridad de Sadam. Una mañana, un escolta del presidente debió verle practicar footing y le comentó al dictador que su fisioterapeuta cubano se pasaba ratos corriendo sin sentido, como un descosido, alrededor del Hotel Bagdad. Aquello no debió parecerle bien a Sadam, que aseguran que dijo: «Por qué ha de correr así ese hombre, eso no puede ser sano, regaladle una moto». Y dicho y hecho. Juan Carlos, ya al final de su estancia en Bagdad y sin tiempo para llegar a probarla, recibió un magnífica Yamaha, regalo personal del señor principal de aquel país de Oriente Medio. 

De Bagdad salieron precipitadamente ante la insistencia del embajador argentino, amigo personal, que tenía información privilegiada. Al día siguiente, hospedados en un hotel de Ammán, en la vecina Jordania, vio por televisión la imagen dantesca del Hotel Bagdad en llamas, su hogar por unos meses, bombardeado por orden de George Bush, el padre, justo después de que ellos salieran. Aquel diplomático argentino les había salvado la vida.

De regreso a La Habana se aseguró de que la moto viajara con él en un contenedor, junto a otros artículos del personal cubano desplazado. Lo ocurrido al llegar no fue sorpresa para Juan Carlos. Al ir a la aduana a recogerla le dijeron que allí no había ninguna Yamaha y le entregaron un pequeño televisor ruso, ni tan siquiera de color. 

Todo esto ocurrió antes de lo de la caja de puros.