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Matías Vallés

El islamismo por su nombre

De repente, Macron o Kurz hablan abiertamente de un terrorismo inspirado en el Islam, sin dejarse arrastrar por la ambigüedad

Acaba de producirse el atentado islamista de la catedral de Niza, tres muertos a degüello, por lo que no debe tener nada de extraño que Emmanuel Macron condene la matanza deteniéndose en la violencia asesina que se cree amparada por Alá. Sin embargo, cuando un camionero también se inspiró en el islamismo para matar a 86 personas con su vehículo en la misma ciudad mediterránea, se inventaron las excusas más rocambolescas a fin de camuflar la adscripción religiosa de la carnicería. El autor no tendría contactos con Isis, en realidad estaba deprimido porque su esposa le había abandonado.

No sorprende tanto la vigencia pujante del terrorismo islamista, como la supervivencia de una cultura occidental concentrada en disculpar la barbarie poniendo dos o tres mejillas. Primero se permitió la inoculación lenta de la traición a los principios laicos de la preeminencia del Estado sobre la religión. Más adelante, se sufrió con tolerancia la cirugía de la violencia, atribuyéndola a un desvarío de mentes descarriadas. La tendencia se ha invertido en plena pandemia, la tolerancia se toma una tregua para resolver el problema de los intolerantes que medran a su sombra.

El tiroteo con cinco víctimas mortales de la sinagoga de Viena casi no ha concluido, cuando el canciller Sebastian Kurz ya proclama la doble naturaleza islamista y terrorista de la matanza. De repente, el presidente francés o el primer ministro austriaco hablan abiertamente de un terrorismo inspirado en el Islam, sin dejarse arrastrar por la ambigüedad. Unos años atrás hubieran omitido un pronunciamiento categórico, para refugiarse en la versión internacional de «todas las vías de investigación están abiertas», con la sana intención de adormecer a la población. Como mínimo, la sacudida de Trump ha servido para despertar a los corazones tibios.

La contundencia de la cúspide en la atribución se transmitió por la cadena de mando. De inmediato, la Fiscalía Antiterrorista francesa abrió en Niza la investigación de un «asesinato con fines terroristas». En Austria se asumió la autoría reclamada por Isis, aparte de revelar que el más que probable asesino se había sometido para obtener ventajas penitenciarias a un programa de desradicalización, por lo visto infructuoso. La sorpresa vienesa ante el engaño a cargo del islamista es otra prueba de la candidez volteriana que Europa aplica para entender el terrorismo religioso.

La determinación de Macron no cancela las décadas de procrastinación que Occidente paga con las víctimas actuales. Los familiares de los asesinados están en condiciones de reclamar una indemnización, a los Estados empeñados en minimizar la amenaza. Desde el punto de vista argumental, se ha acabado la inocentada de los «lobos solitarios», tan manoseada para disfrazar un proyecto colectivo de la locura incubada sin necesidad de una programación organizada de las mentes fanatizadas. Los mecanismos de corrección no evitarán el estupor del examen retrospectivo de la ingenuidad ante los asesinos.

Otra técnica de enmascaramiento del terrorismo islamista consistía en la dilatación interesada de la atribución de un atentado, ocultando su flagrante origen religioso para que quedara desdibujado en un comunicado emitido unos días después, cuando la prensa ya se había desentendido del suceso. Este procedimiento de difuminación cursa con especial frecuencia en Alemania. Las lógicas cautelas que deben adoptar los medios antes de asignar una matanza, se confundían con escamotear la realidad. A menudo, la lectura de las primeras crónicas era tan intrincada en la atribución que la matanza parecía el fruto de una catástrofe natural.

La claridad expositiva dista de haberse alcanzado. El descubrimiento de que el asesino tunecino de Niza se alineaba entre los migrantes fue divulgado con precaución, para no desacralizar otro de los fenómenos inatacables de la ortodoxia solidaria. Una vez más, quienes evitan estos extremos para disuadir al populismo trumpiano olvidan que los radicales se alimentan precisamente de la ocultación. El viraje radical en la interpretación de los atentados islamistas obedece a un humilde nombre propio, Samuel Paty. El ejemplar profesor que se negó a desvincular la enseñanza de la libertad de expresión de las caricaturas de Mahoma pagó el atrevimiento con su vida, pero ha despertado por lo menos la claridad expositiva de políticos como Macron, que ha defendido el derecho a la blasfemia purificadora con bastante más vigor que su primer ministro, Jean Castex. Al fin y al cabo, la escuela permite que cada alumno se haga «diferente de su diferencia», por citar a los intelectuales franceses que ya en 1989 se movilizaron contra el velo.

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