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Jugando con el caos

El confinamiento de los españoles en sus domicilios puede esperar al 9 de noviembre. El Gobierno no gobierna pero manda y eso parece habérseles olvidado por un momento a las taifas autonómicas que han convertido, como dice el ministro de Sanidad, la gestión de la pandemia en una carrera para ver quién aplica las restricciones más duras. Si no fuera porque la enfermedad es ya un genérico de todos los males, sería el caos reinante el peor de nuestros castigos. Es él precisamente el que nos roba cualquier esperanza de ver la luz al fondo del túnel. Sánchez está haciendo lo peor que se puede hacer en estos casos. Desaparecer dejando que la responsabilidad recaiga en los demás y, a la vez, cortarles las alas cuando imploran las medidas más duras con el fin de frenar el avance del virus y aliviar la situación de las UCI, que se encuentran en estos momentos en una situación crítica que sobrepasa la del pasado abril. Ha intentado quitarse del medio para tratar de evitar el desgaste político, que a la larga resultará irremediable. Todos los movimientos de Moncloa para esquivar la erosión conducen a un laberinto sin salida.

Para confinar a los españoles en sus casas, como empiezan a pedir los presidentes autonómicos, hace falta un nuevo decreto de estado de alarma que tendrá que aprobar el Gobierno. Pero este prefiere que los ejecutivos autonómicos actúen antes con contundencia para que el Presidente no corra con la impopularidad de encerrar nuevamente a los ciudadanos. Ya no es solo un problema que nadie sepa lo que hay que hacer después de haber fracasado estrepitosamente una vez; el problema empieza a ser que no se quiera asumir el fracaso desde la responsabilidad política del Estado vilmente desviada a las autonomías. Parafraseando a Scott en Suave es la noche, podríamos decir que Sánchez seguía disperso y absorto jugando con el caos; como si su destino fuera un rompecabezas.

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