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Bernat Jofre

USA, guerra encubierta

EE. UU., noche electoral. Buena parte de la ciudadanía está pendiente del televisor para saber quién va a ser su próximo presidente. Debe explicarse el «buena parte»: en el país donde se sublima a sus dinastías políticas es la Super Bowl el acontecimiento que concita más interés mediático en acontecimientos de carácter periódico.

De pronto, el contribuyente medio ve como el peor escenario posible asoma, y los muy bien pagados sociólogos encargados de elaborar encuestas quedan retratados: su teórico trabajo no ha servido para nada ni nadie. Excepto para ellos, que han cobrado igualmente. Ningún análisis previo daba un empate técnico entre candidaturas. Todos apostaban por lo que los norteamericanos llaman «landslide». Sacudida territorial. Lo que Ronald Reagan logró ante Walter Mondale - probablemente, el peor candidato demócrata desde la Guerra de Secesión -en 1984.

Nada de ello ha sucedido. Los ciudadanos ven pasar las cifras de votos escrutados en sus monitores, y los más veteranos aluden al fantasma de la guerra civil, que ciertamente asoma a lo largo y ancho de la nación. No se trata de un conflicto armado, como el que dividió el país hace 120 años. Sino uno mucho más peligroso, el social, racial y económico. Dos concepciones de los Estados Unidos están dictando su ley desde hace diversas contiendas electorales, sin solución de un arreglo o pacífica continuidad. Desde las presidencias de los Bush el espectro de la América armada, supremacista e interior - curiosamente, aliada con algunos de los más prominentes ejecutivos de Silicon Valley- choca con otra, la de los «blue collars», de la clase obrera blanca y población afroamericana en general. No se contempla un liderazgo de consenso tipo Obama o el segundo Clinton. Lo que se perfila a día de hoy es radicalidad entre hermanos. Peligroso para su correcto desarrollo.

Ahora bien, lo que nadie se hubiera esperado es el espectáculo ofrecido por dos septuagenarios (de hecho, uno es casi octogenario) en sus discursos de noche de elecciones. Por lenguaje corporal, gestual y sobretodo facial, se asemejaban a aquellos impostores que Hollywood enseñaba en sus producciones de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Que iban a vender crecepelo milagroso en lugar del médico con carrera. El cual había estudiado y ofrecía remedios relativamente fiables contra la calvicie. De hecho, en condiciones normales ambos nunca hubieran luchado por el Despacho Oval… como mínimo en el año 2020. Otra cosa hubiera sido en los comicios que van del 1996 al 2008. Mucho tendrán que reflexionar los y las actores de la principal democracia de Occidente si quieren su país vuelva a ser creíble democráticamente hablando. Y es que si un déficit de estas características torna en estructural, puede devenir en uno de los peores lastres para un correcto funcionamiento económico del país. Los regidores de los grandes partidos políticos norteamericanos deberían pensar sobre ello.

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