Esta semana se ha sabido que la presidenta del Govern, Francina Armengol, salió de copas en Palma pasada la madrugada del 7 octubre. Lo hizo junto a parte de su equipo de confianza y cuando ella misma había instado de forma insistente a la ciudadanía para que evitara este tipo de comportamientos en previsión de la expansión del coronavirus, como ha ocurrido. Ayer mismo Balears se sumó al listado de comunidades autónomas que solicita la declaración del estado de alarma al Gobierno.

La revelación del episodio, todavía con algunos puntos oscuros por esclarecer, y sobre todo la reacción de la principal afectada, la presidenta, ha provocado la protesta y petición de rectificación e incluso de dimisión por parte de la oposición política. También ha generado una palpable irritación social y un notable malestar en sus socios de Més, que han lamentado su falta de autocrítica y le exigen una disculpa ante la ciudadanía para pasar a dedicar todos los esfuerzos a afrontar la crisis económica y social en que nos ha sumido el coronavirus.

La verdad contrastada es que Francina Armengol ha cometido un error y no ha sabido repararlo. Lejos de ello, ha tenido una reacción que empeora, en sí misma, el errático episodio de la copa a destiempo, le aboca a una trascendencia de protagonismo político, en sentido negativo, que sobrepasa el ámbito de Balears y empaña la entrega y esfuerzo dedicado por ella misma y su gabinete al combate de la pandemia. Los hechos se conocieron a partir de una denuncia inconcreta hecha por el líder del PP, Biel Company, en el Parlament, que quedó sin réplica y se tildó de «mentira». Después, la investigación periodística de Diario de Mallorca permitió identificar a la presidenta como protagonista de la escena nocturna, de la que había un acta policial. Solo entonces se emitió una nota de prensa desde el Consolat en la que se relacionó lo ocurrido con los prolegómenos de una cena de trabajo que no aparece cargada en el portal de Transparencia del Govern y después, con la indisposición de un miembro del gabinete de la presidencia, cuya atención obligó, según la versión oficial, a prorrogar la estancia ya en horario del cierre de bar.

Un gobernante también ejerce su función con su testimonio y ejemplaridad. Esto es lo que ha despreciado la presidenta del ejecutivo balear. Bastaba con admitir la equivocación, el comportamiento inadecuado y pedir disculpas a una ciudadanía agobiada por las dificultades añadidas de la prevención del coronavirus.

Por contra, Armengol ha buscado una salida hacia adelante con un punto de soberbia que en nada le beneficia ni contribuye a generar confianza y credibilidad a los mensajes que debe transmitir, ahora que se dictan nuevas medidas para frenar la pandemia. Armengol ha cargado, otra vez, contra el mensajero. Ha lamentado que se hayan conocido los hechos y adquirido trascendencia, no el que se hayan producido y que ella haya sido la protagonista de una irresponsabilidad que recrimina en los otros. Otros responsables políticos y gestores públicos han reaccionado de forma muy distinta y han asumido responsabilidades después de cometer equivocaciones equiparables a la suya. Armengol se vuelve a equivocar al decir que la crítica a su salida nocturna daña la lucha anticovid. El error está en su misma actitud. Todavía tiene margen para una digna reparación.