No suele ser habitual, salvo en los casos más extremos de narcisismo rampante, confundir dos vocablos entre sí antagónicos como autoestima y egotismo. El primero hace mención al respeto y consideración que uno siente per sé hacia sí mismo, pero sin género alguno de exacerbación que lo embrutezca. Todo lo contrario que egotismo, con cuya locución nos estamos refiriendo a una concepción exagerada de la propia personalidad. Lo que, indefectiblemente, nos introduce de lleno en un corpus de conocimiento: el psicológico, con el que no estoy lo suficientemente familiarizado como para pretender aseverar nada al respecto.

No sé muy bien hasta qué punto Jorge Mario Bergoglio, el ducentésimo sexagésimo sexto papa de Roma, está preparado para poder opinar con conocimiento de causa acerca del relativismo que desde hace unos años imbuye las mentes de quienes controlan con mano férrea la economía global. Yo habría jurado que era así, que sus continuos reproches al laissez-faire económico y a la reducción del gasto público por los que apuesta el neoliberalismo tenían sentido, pero por lo que se ve para José Ramón Bauzá eso no es así.

En un controvertido tuit que ha revolucionado las redes sociales, el actual eurodiputado por Balears ha tachado al santo padre de poco menos que de bolchevique, lo que no deja de ser curioso si tenemos en cuenta que en el año 2015 el propio Bauzá viajó hasta el mismísimo Vaticano encabezando una delegación formada, fifty-fifty, por políticos y religiosos, siendo recibida en audiencia privada por el Papa. Sus intereses, pero sobre todo los de la formación política a la que por aquel entonces representaba, eran muy distintos de lo que son ahora, adscrito como está a otras filas. Lo sabe muy bien el farmacéutico reciclado a político, no autoactualizarse es condenarse sin remedio al ostracismo.

Si no se tuerce su pontificado, la figura de Francisco acabará simbolizando un antes y un después de la confesión religiosa que tutela

Dicho lo cual ya sólo queda por averiguar qué funciones son de la incumbencia de Francisco, considera el cargo político de Ciudadanos. Porque si se cree que un pontífice está para dar brillo y esplendor a la entidad que representa, ya le digo yo a ese buen señor que se ha equivocado de institución. Y eso mismo puede ser aplicable a la monarquía, que si no hace todo lo humanamente posible para garantizar el cumplimiento de las obligaciones y derechos que proclama la Constitución carece de sentido sostenerla.

Si yo estuviese en su lugar –en el de Bauzá, naturalmente– me preocuparía más el hecho de que tenga que ser un agnóstico recalcitrante donde los haya, como yo mismo, quien defienda el contenido de la encíclica papal y la labor llevada a cabo por el mentor de los católicos durante estos últimos años al frente de la Iglesia, y no un creyente como él de piadoso pasado. Y es que si no se tuerce en el futuro su pontificado, me atrevería a augurar que la figura de Francisco acabará simbolizando un antes y un después en los anales de la confesión religiosa que tutela. Es más, si creyese en el valor de la oración rezaría para que así fuese, pero mucho me temo que mis plegarias, por bienintencionadas que fuesen, acabarían cayendo en saco roto.