Entre la florida variedad de creencias ajenas a toda confrontación con la realidad, ha surgido una práctica que ofrece resolver una de las máximas aspiraciones humanas de todos los tiempos: el dominio del destino. La nueva solución se basa en la idea de que, si en las líneas de la mano puede leerse el destino, como afirma desde hace milenios la quiromancia, bastaría con modificar dichas líneas para cambiar el destino mediante un simple tatuaje.

Este novedoso servicio aparece ya entre los reclamos de Nonthaburi, un popular destino turístico de Tailandia. La oferta consiste en cambiar el destino tatuándose líneas favorables en la mano. Hay algo profundo en este encadenamiento de dos creencias absurdas.

El salto evolutivo que representa la capacidad de entender racionalmente la relación entre causas y efectos está en el origen de la humanidad, y permitió a nuestra especie un dominio de la naturaleza como ninguna otra. Cuando ese dominio choca con una realidad frustrante, pueden ocurrir dos cosas, o aceptamos la imposibilidad que nuestro entendimiento nos muestra o lo negamos mediante el pensamiento mágico.

Uno de los recursos para conseguir esto último es tratar de distorsionar la evidencia de la causalidad de los acontecimientos para generar el futuro que deseamos. Decir que alguien es realista significa que reconoce limitaciones en el control de los acontecimientos, admite un grado de incertidumbre e intenta mediante su esfuerzo lograr lo posible, aunque no sea lo ideal.

Para aquellos que no soportan el sinsentido de los acontecimientos pasados, la falta de garantías y la imprevisibilidad del futuro, está el recurso de buscar señales en los fenómenos que determinan los acontecimientos creyendo que pueden evitar la fatalidad del destino. Esta tendencia ha existido desde el surgimiento de la civilización, desde las sociedades primitivas hasta las modernas. Y pareciera impermeable al avance de la ciencia y la tecnología. Por ejemplo, los avances espectaculares en el conocimiento de la astronomía que se basa en el estudio científico del universo mediante rigurosas mediciones verificables no impiden la supervivencia de la astrología, que afirma interpretar la posición de los astros para predecir el destino de las personas y pronosticar los sucesos.

Prueba de ello es la necesidad comercial de la mayoría de los medios de seguir publicando horóscopos. Lo novedoso de esta vieja batalla entre la racionalidad y el deseo, es que el tatuaje de las líneas de las manos supone un paso más en el antirrealismo.

Hay algo profundo en esta unión de dos creencias absurdas: cambiar el destino tatuándose líneas favorables en la mano

¡Los creyentes en la astrología no aspiran a mover los planetas, pero los que se tatúan las líneas de la mano intentan modificar su destino! Más allá del carácter pintoresco de estas conductas, los psicólogos clínicos nos vemos confrontados a que por un mero hecho probabilístico la vida de quienes tienden a culpar a los astros, a los demás, o a la fatalidad de la vida que llevan, presentan una dosis mayor de fracaso y frustración que los realistas, que ante las frustraciones movilizan iniciativa y voluntad.

El potencial beneficio de la racionalidad para la calidad de vida es tal que gran parte del éxito de una psicoterapia depende de mejorar la relación que una persona tiene con su realidad en un sentido opuesto a darle poder al destino. Irónicamente el tatuador de manos ofrece cambiar el destino para que se realicen los sueños mientras la intención de una psicoterapia es «si deseas que tus sueños se hagan realidad ¡despierta!». La frase pertenece al Diccionario del Diablo, una recopilación satírica de frases corrosivas del periodista estadounidense Ambrose Bierce.