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Alex Volney

En Bearn

Y con la cabecera del Penyal d’Honor como fondo y una bandada de cuervos avanzando sin respetar las normas sanitarias, uno sobre el otro y solo interrumpidos por el cercano planear de la Milvus Milvus, nuestra milana reial, que otea el panorama y observa como se agolpan en la plaza haciendo cola y esperando su turno una nutrida cola de humanos, son los hornos. No busquen más, en este rincón de la Serra ya les viene de estirpe. Como muchos de ustedes conocen, Valldemossa, Esporles, Bunyola, en su historia, siempre han caminado juntas o muy cerca. Si la historia va de cortejos, todavía más.

Hace mucho tiempo, dos hermanos de este valle entre bosques, y debe hacer ya casi un siglo, iban en carro a cortejar a dos chicas valldemossines, las hermanas Estrades, de mote Broquetes. Fue así que Miquel Cañellas Nadal conoció a Maria Estrades, para después casarse y abrir un horno. Miquel venía de la possessió de Son Creus, subiendo a Orient, sus padres eran los amos, que no significa propiedad alguna y sí muchos quebraderos. Este y su hermano Toni eran conocidos de Can Molí, por el molino harinero de Can Grau, que también se sitúa en la subida asfaltada, hacia Honor. Entre tantas cosas que aprendieron una muy relevante fue la de hacer llegar su arte en forma de coca de patata a Valldemossa y con todo ello la fama que ostentaba y ostenta hoy Can Molinas, ya abierto el 1920. En un principio en moldes grandes y vendida a trozos, después la que ustedes conocen como exquisitas piezas individuales, que son las que han llegado hasta estos días pero con un trascendental detalle poco conocido.

Esta receta y su arte, sí, partieron de Bunyola y hoy, día tras día, se sirven a decenas en Es Forn de Sa Plaça conservando una textura y gusto genuinos. Manteniendo la autenticidad de una receta definitivamente recuperada a manos de Joan Estarelles Brunet. La paradoja es que en el pueblo acompañan las fiestas con ensaimadas cuando son el auténtico, y sin rival, kilómetro cero de la vieja y primera receta en cuestión. Las de Bunyola triunfan en la eurorregión catalana y parte del extranjero. Joan cogió el relevo a Macià des Forn (otra antigua saga de panaderos) y en su laboriosa continuación, bien enfrente del consistorio, pueden saborearlas saladas y dulces que entregan al público olvidadas reminiscencias de arenques y albaricoques entre una gran variedad desde donde, a pesar de todo; sobresalen, cada mañana salidas de un horno francés muy singular, las de patata.

Ni Coloma Vives ni Maria Antònia Solivelles saben dónde se pierde la genealogía de este «pan dulce» con aromas de bosque

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De las omnipresentes “coquetes” ni Coloma Vives ni Maria Antònia Solivelles saben dónde se pierde la genealogía de este «pan dulce» con aromas de bosque, pero lo que tienen los tres clarísimo, «que viene de muy lejos».

Si ya aprecian las buenísimas elaboradas cerca de la vieja Cartoixa, no se pierdan estas más cercanas a su antigua fórmula, donde no cabía el aire que hoy se vende ya en botes. Joan no revela el secreto, sabe que en el corazón de la montaña alberga la esencia, de abuelos a nietos, en un rincón donde el fuego acaba de redondear un final que ya lo acaba de definir el tiempo del día según amanece el cielo. Una bella historia, de pasado y de futuro, para endulzar un poco esta agria e indignante semana que terminamos. Pruébenlas.

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