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Antonio Tarabini

Entrebancs

Antonio Tarabini

Los sueños rotos

Por oficio y devoción me dedico a hurgar en nuestras diversas realidades (económicas, sociales, políticas, cívicas, culturales….) que con sus éxitos y fracasos constituyen nuestra sociedad. Dicho lo cual, mirando de reojo a los sociólogos de prestigio, mi marco de análisis y reflexión es la constatación de una realidad, el Covid-19 en modo de pandemia, que se ha convertido en el gran catalizador de todas las inquietudes arrasando con nuestras seguridades y sumiéndonos en desasosiegos e incertidumbres. La pandemia representa una amenaza imprevista de gran impacto social y económico que evoluciona de forma imprevisible. Ahora mismo, son tantas las incógnitas sobre el virus que es imposible hacer pronósticos. No sabemos cómo será esta segunda oleada ni si va a haber una tercera.

En concreto, en estas líneas pretendo una aproximación a nuestras clases medias . La crisis del 2008 se cebó de modo especial en las clases medias «desintegrándolas». Parte significativa de la medianas / pequeñas empresas y autónomos, se volatilizaron; la estabilidad en el empleo se perdió, las expectativas se diluyeron. Y las clases medias fueron las principales víctimas de los recortes en los servicios públicos y de unas políticas fiscales injustas. Y ahora, mientras se nos machaca por activa y por pasiva que estamos superando la macrocrisis, la pandemia supone el retorno de la desigualdad, jibarizando a las clases medias.

Mas concretamente me refiero a un segmento denominado millenials formado por la generación que llegaron a su mayoría de edad (¿a su vida adulta?) con el cambio de siglo , y que en consecuencia ahora tienen entre 19/20 y 34/35 años. En España son más de ocho millones las personas que nacieron en la prosperidad, con un entorno político, económico y social infinitamente mejor que el de sus padres, pero que cuando llegaron a la mayoría de edad se dieron de bruces con una durísima crisis que truncó las expectativas de muchos de ellos. Son el colectivo de los sueños rotos. Como decía una joven millennial de forma gráfica en un conocido programa de radio: «Somos una generación de transición. Somos la última en muchas cosas y la primera en otras tantas. Estamos entre lo viejo, que no acaba de morir, como el papel o el bipartidismo, y lo nuevo, que no acaba de nacer.

Pero, aunque un amplio grupo entró en el mercado laboral «clásico» (contratos fijos, muchas horas de meritorio y sueldos bajos, confiando en ascender pronto). Apareció una nueva categoría: el trabajador en activo pero pobre. Pero tal modelo está de capa caída. Nos hemos instalado en la precariedad. «Aspiramos a todo lo que han aspirado nuestros padres, pero ellos se conformaban con un trabajo que les diera de comer y nosotros queremos que nos dé de comer y nos guste». Los millennials no encuentran un trabajo digno y de acuerdo con sus capacidades y formación. El que estas líneas escribe se ha visto en la absurda necesidad de «aconsejar» a millennials, hombre y mujeres con un nivel alto formativo, que, si querían encontrar un trabajo, eliminaran de su curriculum parte de sus méritos. «Salario bueno no va a haber; condiciones casi seguro que tampoco, expectativas escasas».

Reproduzco de Milagros Pérez Oliva: «Por si todos estos factores de inquietud no fueran suficientes, hay que añadir la existencia de un ecosistema político tóxico, de confrontación extrema, que no sólo dificulta la gestión de la pandemia sino que erosiona un intangible de difícil reparación: la confianza en la capacidad de los gobernantes para tomar buenas decisiones. Si ya es grave que instituciones clave del país estén gobernadas por negacionistas camuflados, mucho más insoportable resulta comprobar que hay gobernantes capaces de tomar a sabiendas medidas inadecuadas porque tienen más interés en preservar sus intereses partidistas que la salud colectiva. Cuando el todo vale entra en política, la imprevisibilidad se vuelve sistémica y hace que las incertidumbres inevitables sean todavía más insoportables».

En nuestra comunidad los contagios y rebrotes están relativamente estabilizados; se han habilitados medios (ERTE, fijos discontinuos…) para mantener en lo posible cierta vitalidad empresarial y el empleo hasta el 31 de enero. La temporada baja será dura, mientras se intenta concretar «corredores seguros» con Alemania y Reino Unido. Las previsiones de la próxima temporada alta son, valga la redundancia, imprevisibles. Se presupone que desde las administraciones públicas y las plurales iniciativas privadas se emprenderá la labor de diseñar, buscar y aplicar nuevos inputs a nuestros modelos productivos que nos garantice una economía sostenida y sostenible, con sus consiguientes repercusiones sociales. Fácil no es; pero necesario y posible, sí.

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