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Mar Ferragut

Las residencias, otra vez

Es difícil entender por qué no se ha logrado evitar que los geriátricos sean de nuevo foco de contagio y letalidad

El mundo y la sociedad de hoy logran desconcertarme cada día. La estupefacción aumenta si encima trato de comparar cómo funcionan las cosas ahora y cómo funcionaban no hace tanto tiempo atrás. Un solo ejemplo: antes los bancos te regalaban vajillas para que les llevaras tu nómina, hoy te masacran a comisiones por darles tu dinero (la base imprescindible de su negocio). Por eso, empatizo mucho con aquellas personas mayores cuyo desconcierto puedes leer en el rostro cuando tratan de cumplir con la Administración realizando trámites que sí o sí han de hacer online. O cuando el personal del banco (sí, hoy los bancos reciben doble) se niega a atenderles y a ayudarles y les remiten al cajero para realizar determinadas operaciones. O cuando están caminando por la acera y les adelanta un patinete a gran velocidad portando un altavoz con la música a toda castaña. Ese momento en el que miran alrededor y piensan «éste ya no es mi sitio, éste ya no es mi tiempo, yo ya no encajo aquí», porque ese es el mensaje que el mundo les está lanzando.

Hay desconciertos más cómicos (los que generan determinadas frases de Díaz Ayuso, por ejemplo, aunque las consecuencias de sus acciones y no-acciones no sean nada cómicas) y otros que ya suben de la escala de la estupefacción a la de la indignación, al comprobar que por más que te esfuerces no logras encontrar motivos que justifiquen esa situación o hecho. Como lo que está pasando en algunas residencias de mayores en esta segunda ola de expansión del coronavirus en Balears.

En esta segunda fase de propagación del virus no ha habido sorpresa ni falta de protocolos ni de equipos de protección ni de conocimientos (¿o sí?). Sabíamos perfectamente dónde estaba la piedra y hemos vuelto a tropezar con ella y a caernos con todo el equipo, con consecuencias fatales: en la segunda ola han fallecido más de un centenar de personas mayores que vivían en residencias. Son más que en la primera ola y representan a ocho de cada diez fallecidos en este segundo auge de la curva de contagios. En total, desde marzo hasta ahora son 169 los fallecidos en las residencias.

Las explicaciones institucionales no tranquilizan: por un lado, que los centros en los que hay brotes ahora son los que no tuvieron en la primera ola por lo que, según Javier Arranz, portavoz del comité de enfermedades infecciosas, sus trabajadores «no tienen esa experiencia» y hay menos inmunidad entre sus usuarios; por otro lado, que como hay más contagios en el exterior que durante la primera ola, ahora hay más posibilidades de que los trabajadores se infecten fuera y lleven el virus dentro de los centros residenciales.

El Govern se congratulaba ayer de la escasa incidencia del virus en los colegios. Sí, es una buena noticia. Pero hablemos más de las residencias, por favor. Se han adoptado medidas y se hacen cribajes, pero evidentemente no están bastando. Los centros privados acaparan la mayoría de casos, ¿por qué? Replanteemos sus condiciones (las ratios de personal, por ejemplo); hagamos más inspecciones (y pongamos más recursos para ello: solo hay dos inspectores para toda la isla), evaluemos qué falla en cada residencia. No se puede entender que hayamos vuelto a caer en esto ¿Qué pensarán los usuarios que ven cómo algunos compañeros mueren por el virus? ¿Cómo sobrellevan saberse los más vulnerables y que de nuevo el sistema no está sabiendo protegerles del todo? ¿Qué mensaje les lanza el mundo?

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