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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Un ingenuo

Me canso, me agoto. Duermo pocas horas durante la noche y atravieso los martes y los miércoles y los jueves como el que va del dormitorio a la cocina en medio de una niebla de puré de guisantes. También la calle está borrosa por esta niebla de carácter mental. Podría venir un autobús rojo, de los de turistas, y mandarme de un golpe al otro mundo, que queda a la vuelta de la esquina. Se tarda menos en ir al otro mundo que a por el pan. Los autobuses de turistas de Madrid no tienen techo, llevan el cerebro al aire y hacen un recorrido previsible por el centro de la ciudad para que el visitante regrese a su país con el billete amortizado. Nunca he subido a uno de esos autobuses que ahora, durante la pandemia, creo que no funcionan. Cuando llego a una ciudad extraña intento comprenderla por mi cuenta, a pie. A veces no hay nada que comprender ni que descomprender y regreso al hotel intentando comprenderme a mí mismo. ¿Quién me mandó coger un avión y recorrer tantos quilómetros para llegar a este hotel hostil? Hotel hostil, he ahí un hallazgo fonético. Se llama aliteración. La vida, en fin, y tal como decía Santa Teresa de Jesús, es una mala noche en una mala posada.

Voy a muchos lugares por mera disciplina, porque soy obediente, pero también porque espero encontrar algo que no sé qué es, aunque llevo buscándolo toda la vida. Por eso mismo vine al mundo, porque obedecí a la química cuando me indicó que había llegado la hora y las paredes del útero de mi madre (mi madre, ahora fallecida) se comenzaron a aproximar como insinuándome que me largara. Estaba yo dotado de un cuerpo flexible y de unos huesos elásticos que se adaptaban a las estrecheces del conducto vaginal, ese laberinto de una sola calle. Me planté en el mundo dispuesto a obedecer órdenes, y no he hecho otra cosa a lo largo de la vida. De ahí mi cansancio, mi agotamiento. Obedecer fatiga, te deja sin aliento, pero desobedecer te mata. A mí, sin embargo, me ha matado más obedecer, muerto estoy, a la espera de que las paredes del útero de la realidad comiencen a estrecharse y me lleven a la tumba como un muerto dócil y maduro. Aquí yace un ingenuo que vivió esperando una revelación.

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