Más tragedias necesitan un método de desdramatización. De lo contrario, se volverían más insoportables de lo que son. A los dos años de las últimas inundaciones de Sant Llorenç y con la memoria viva de las trece víctimas mortales muy presente, el municipio está en pleno proceso de reparación y prevención, no solo física o material, sino también sentimental y de consolidación social. Con el lodo seco, la atención puesta en la inestabilidad climática propia del otoño y la reparación en proceso, la efemérides inevitable de hoy se convierte en un refugio de subsistencia en el que cabe el agradecimiento y hasta un toque de discreta celebración festiva. Nombrar a Rafel Nadal hijo adoptivo y asignarle una calle es una operación de marketing tanto para el tenista como para Sant Llorenç. Se justifica con la donación de un millón de euros y una foto del famoso deportista en katiuskas teñidas de barro. Para otro día queda medir y contrastar el mérito y la oportunidad del tenista con la de otros donantes y voluntarios de poder adquisitivo considerablemente inferior pero, por lo menos, igual generosidad. La prisa y la falta de perspectiva pueden justificarse con la necesidad que tiene Sant Llorenç de robustecerse sobre su propia desgracia. Es una lógica reacción de supervivencia. En tales circunstancias y aún con el abandono del Consell, no deja de tener mérito que ya haya reparado 23 de sus 44 puntos negros y pasado a titularidad pública 20 parcelas inundables.