Diario de Mallorca

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Leyendo la entrevista al exconsejero de Seguridad Nacional John Bolton, en la que este asegura que un segundo mandato del actual ocupante del despacho oval sería malo para la democracia porque Donald Trump se ha convertido en algo más que un caudillo, me ha venido a la memoria el excelente libro de Tom Holland sobre el auge y la caída de la república romana. No existe duda alguna acerca de lo muy distintos que son el régimen democrático romano de los cinco siglos anteriores al nacimiento de Jesucristo y el que tenemos hoy en día los Estados de Derecho. Nada que ver tampoco, por más que haya ignorantes que vociferen lo contrario, entre las monarquías de entonces –en Oriente, que Europa era o bien provincia romana o barbarie– y las que ocupan en la Unión Europea varias de las jefaturas del Estado. Aun así, la narración de Holland sobre los por qués de la destrucción de la república romana da herramientas muy valiosas para comprender los peligros que nos acechan ahora.

Ganar poder político en aquella Roma sólo era posible de tres formas: mediante una fortuna personal inmensa; contando con una oratoria excelsa o por medios militares, es decir, desencadenando la guerra civil. De esas tres vías ninguna de ellas llevaba en principio incluida la caída del conjunto del Senado y el pueblo romano que era la clave de república (aquel SPQR, «Senatus Populusque Romanus», que aparecía como emblema por doquier). Pero cuando el poder era inmenso, como sucedió con Sila, con Pompeyo, con Craso, con César, con Marco Antonio, la cautela democrática de un poder ejercido sólo durante un año, aunque renovable, daba paso a la tentación de una dictadura. Admitida en ocasiones hasta por el Senado, como mal menor. Así llegaron al cabo, con César, los emperadores.

Nadie cree que en los Estados Unidos ni en ninguna otra de las democracias sólidas de ahora pueda tomarse el poder omnímodo por la vía militar. Ni siquiera el famoso golpe de Estado de Tejero lo pretendía. Está claro que sólo se puede llegar a la Casa Blanca siendo multimillonario. Con la oratoria, ya sea la clásica de las cámaras legislativas o la que el populismo ha impuesto, no basta por más que en países como España parezca que buena parte del poder compartido es pura palabrería que ha calado entre los votantes.

¿Puede el mucho poder que ha acumulado de forma personal Trump llevar a una amenaza contra la democracia? Por supuesto que sí y, de hecho, buena parte del equilibro entre los poderes legislativo, judicial y ejecutivo está en entredicho en los Estados Unidos ahora mismo. Pero los caudillos actuales no necesitan convertirse en emperadores. En realidad, prefieren lo contrario, proclamarse republicanos convencidos porque el poder de los reyes actuales no tiene ningún alcance.

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