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Rebajas de septiembre

Si se rebajan aún más las exigencias, estaremos regalando la educación, que ya está bastante devaluada

Leo con espanto las últimas declaraciones de nuestra ministra de Educación, y ya no sé qué escribirle. No, no se trata de flexibilizar los criterios para pasar de curso, señora ministra, ni de valorar el trabajo en equipo precisamente este curso en el que los pupitres están o deberían estar separados y los alumnos no pueden juntarse en una biblioteca o en una casa para preparar trabajos.

Ya sé que soy una antigua, que hay profesores de salón y despacho que creen que todo, absolutamente todo, se resuelve a través de las pantallas y soy consciente de que internet permite que los alumnos estén en contacto las veinticuatro horas del día pasándose información sobre mitología, la célula o lo que se les pida. Podemos llamar a eso trabajar en grupo, sí, pero qué quiere que le diga, no es lo mismo, ni siquiera se parece a interactuar en vivo y en directo, a intercambiar opiniones, a quitarse el turno de palabra o incluso a gritarse si no se está de acuerdo. Además, para su sorpresa, le diré que a los alumnos les gusta la enseñanza presencial, que puede que no les guste madrugar o cargar con la mochila, pero prefieren eso a pasar cuatro horas delante de un ordenador escuchando a un busto viviente que les habla de no sé qué cosa y les manda tareas que no pueden realizar en medio del zumbido de folios de una clase.

Para comprender esto último uno debería haber dado clase, claro. Pero lo importante no es esto, incluso se puede pasar por alto entre tanta pantomima. Lo que me preocupa, pero no por mí, que ya estoy talludita y he aprobado todo lo aprobable, y aun así sigo aprendiendo, sin ir más lejos, esta misma semana una de las herramientas de internet que desearía no tener que usar nunca, lo que me asusta, insisto, es que vuelvan a rebajar las exigencias para aprobar el curso. Tengo hijos, tengo alumnos. No se trata de ponérselo difícil, nada más lejos de mi intención, ni de complicarles la vida a quienes ya la tienen bastante complicada. Pásese por los institutos y los colegios y verá que hay alumnos viviendo solos porque sus padres son positivos, o familias destrozadas por la enfermedad, por el paro… esas cosas que también pertenecen al ámbito de la educación.

Pero qué lejos queda la realidad de la fantasía que urden en los despachos los iluminados de turno cuando cambian la terminología y creen que así solucionan todo. Si se rebajan aún más las exigencias, como en los mercadillos, estaremos regalando, premiando a dos euros la ropa interior, nenas, a tres, los pantalones, caballeros, me los quitan de las manos, devaluando, vamos a ponernos serios, la educación, que ya está bastante devaluada. Lean a Andreu Navarra, por ejemplo, bajen de sus palacios a las cabañas, y verán qué nos traemos entre las manos los que nos dedicamos a esto.

Decirles a los adolescentes que volverá a rebajarse la exigencia es invitar a la pereza y al abandono. No se lo pongan difícil, adapten la locura del currículo a la realidad, establezcan más puentes entre el mundo laboral y las escuelas, pero sobre todo, no les hagan creer que quienes defendemos el rigor, el compromiso y el esfuerzo somos mercaderes que debemos ser expulsados del templo de charanga y pandereta en que están convirtiendo aquello a lo que tantos otros y yo dedicamos la vida.

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