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Españoles por el mundo

Pocos se acuerdan del vigilante jurado que se apropió de trescientos millones de las antiguas pesetas -casi dos millones de euros, al cambio- y huyó a Brasil para intentar vivir como un rey el resto de sus días. Sin embargo, poco tardó el desdichado, Dionisio Rodríguez Martín, más conocido por el apócope de su antropónimo, en ser detenido y devuelto a nuestro país. Sus formas de nuevo rico le delataron, y es que la miel, como asegura el refrán, no se hizo para la boca del asno.

Parece ser que las sacas que transportaba el furgón que tenía a su cargo pertenecían, en su mayoría, a una entidad bancaria, lo que acabó por relativizar en buena medida la gravedad del episodio ante la opinión pública. De hecho, muchos lo consideraron un héroe del pueblo, una especie de Robin Hood a la española, aunque con la salvedad de que el dinero arrebatado a los ricos no fue a parar a los pobres, precisamente, sino a costearse unas vacaciones a todo trapo en el país carioca. Nunca lo dijo, al menos en estos mismos términos, pero resulta más que verosímil que se hartase de ver pasar tanto dinero por sus manos y no poder hacer nada por retenerlo a su lado.

Tras pasar casi cuatro años en Alcalá Meco cumpliendo condena por su osadía, salió de prisión dispuesto a limpiar su imagen. Para intentar conseguirlo, entre otras cosas se sometió a cirugía, grabó un disco y participó en realities televisivos, pero desgraciadamente para él es por la apropiación indebida que siempre estará presente en la memoria no sólo de sus fans, que sin duda los tiene todavía hoy que han transcurrido ya más de treinta años de aquella tarde del 28 de julio de 1989, sino en el imaginario colectivo de los españoles.

Hoy la opinión pública no se ha mostrado ni la mitad de condescendiente con la marcha del rey emérito tras la apertura de diligencias judiciales contra él, como lo hizo en su día con el Dioni, se lamentan las formaciones políticas conservadoras y de extrema derecha en este país. Que no pasa a los dos personajes por el mismo rasero, quiero decir: mientras que al primero se le jalearon entonces sus correrías, al segundo se le critican hoy amargamente las suyas. Y es que incluso Joaquín Sabina, el cantautor de las causas perdidas, compuso letra y música a su intrepidez.

Nadie en su sano juicio podía imaginar, tras cuarenta años reinando en España de modo ejemplar, que el emérito acabaría huyendo al extranjero como un vil proscrito. Se mire por donde se mire, no deja de ser una desgracia, porque el mensaje que se ha trasladado a las generaciones que no han tenido la fortuna de vivir los mejores momentos del Juancarlismo, cómo los que ya vamos teniendo una edad, no puede ser más descorazonador. Suerte que su hijo Felipe goza todavía del beneplácito de una amplia mayoría de españoles que apuesta, sí o sí, por una monarquía parlamentaria que es fruto -huelga decirlo- del buen sabor de boca que dejó el largo y venturoso reinado de su padre. Ya veremos si se le acaba o no el crédito.

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