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Mercè  Marrero

Agradece, que no es poco

El apellido Witherspoon o la palabra ‘procrastinar’ son remedios para mi insomnio. Me dedico a deletrear palabros complejos hasta que, con suerte, me duermo. No siempre sucede y la culpa es de las consignas de autoayuda

En las noches de duermevela, deletreo. Cuanto más difíciles son las palabras, mejor. El vocablo «procrastinar» o los apellidos Zellweger y Witherspoon suelen ser infalibles. Me quedo dormida de aburrimiento antes de confirmar cuántas erres lleva el verbo o el número de vocales y de consonantes dobles de los apellidos. Sin embargo, los caminos de las noches en vela son inescrutables. Empiezas deletreando y anhelando volver a caer en los brazos de Morfeo y acabas enredada recordando trozos del programa de radio que has escuchado mientras hacías la tortilla de patata de la cena. En él, una psicóloga aconseja que, a pesar de vivir tiempos difíciles, se debe aprender a sentir el placer de la brisa en nuestra cara. Hay un sector de la autoayuda que me quita el sueño para siempre y hay otro que me da que pensar. La misma especialista del viento en la cara le dedica un tiempo a resaltar la importancia de saber dar las gracias. Buena idea.

A lo largo de nuestra vida, acumulamos gestos, algunos sencillos y aparentemente insignificantes y otros más grandilocuentes, que merecen nuestro agradecimiento. Bien porque tienen mucho que ver con lo que somos hoy, bien porque nos han suavizado la vida y han ido sumándole buenos recuerdos. Abandono la palabra «procrastinar» para darle las gracias a la funcionaria de la Agencia Tributaria que me telefoneó para solventar una duda que planteé en el formulario de la web. Su dedicación me salvó de perder el tiempo haciendo colas y reafirmó mi fe en el servicio público. Profundicé y recordé que la primera psicóloga que visité le aconsejó a mi madre una educación más liberal. Gracias, terapeuta y gracias, padre Estelrich, por admitirme en su centro. Además de ser feliz, conocí a muchos de mis grandes amigos. Encadenar pensamientos me lleva a la profe de Química, que dijo que creía en mí y me dio una nueva oportunidad para aprobar. El gesto supuso un subidón de autoestima en plena adolescencia maltrecha. Aprobé. Recuerdo al vecino anónimo, guapo él, que me trajo a casa la cartera robada. La encontró sin un duro, pero con toda la documentación y una entrada para ver al Mallorca. Ese acto me devolvió la fe en el género humano durante un tiempo. Las neuronas siguen desatadas y, por alguna razón, pienso en la marca de platos y vasos Duralex que cierra por la crisis y, con ella, el atrezo de casi todas las comidas y cenas de mi vida. De los veranos con mis abuelos y tíos, de los desayunos con el café con leche en vaso de cristal y confirmo que quien tiene a alguien que le haga la comida con cariño y personas con quien compartirla está en el podio de los grandes suertudos. Y pienso en mi madre. Gracias. Siempre y por todo. Y, entonces, en medio de la noche aparece la nostalgia y no sabes si la vida se hace grande o demasiado pequeña y para evitar el runrún vuelves a preguntarte si Witherspoon se escribía con una o, ¿o con dos? Y sabes que tienes una gran suerte porque tienes el tema sobre el que escribir la próxima semana y puede que alguien te lea y puede que, además, le entretengas. Eso es un inmenso honor. Gracias, Maria Ferrer, por esta oportunidad. ¡Seguimos!

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