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Mercè  Marrero

Pararse a pensar

En el desglose de una factura destaca el concepto “Dos horas por pensar”. Más allá del sudor frío del momento, hay que reconocer que no es mala opción eso de parar y meditar una solución

Hay dos anécdotas que me ponen de buen humor. La primera me la contó un amigo que, tras la jubilación del recepcionista de su empresa, descubrió una agenda telefónica vacía de números, salvo en la sección de la letra “P”, saturada de teléfonos con referencias a “Por si necesito un carpintero”, “Por si necesito un fontanero” o “Por si necesito un médico”. La otra anécdota tiene como protagonista a un mecánico de motores de barco. El susodicho presentó una factura de importe astronómico y en el desglose de la dolorosa destacaba un “Dos horas por pensar”. La primera anécdota tiene su punto tierno y la segunda su no sé qué de cierto. Y es que, superada la fase de rabia, hay que reconocer que el ítem derrocha sabiduría. Antes de actuar, piensa. Y, en determinados ámbitos, cuanto más pensemos, mejor actuaremos.

Tener las cosas claras o disfrutar de una intuición rápida e infalible está sobrevalorado. Es fantástico que una niña de 12 años ya sepa que quiere estudiar Biología y que su vocación es enrolarse en un barco para estudiar cetáceos, y no pasa nada si a los 20 todavía no tiene ni idea de hacia dónde dirigir su vida y necesita un tiempo para meditar sobre su futuro. No es ningún drama tener un ritmo diferente al convencional y es de admirar toparse con alguien que invierte dos horas en pensar en estrategia, planificación y soluciones a un problema. Me gustaría aplicarme el cuento porque siempre me arrepiento de hablar de más y de enviar un mensaje en un momento de arrebato.

Me pregunto si hay alguien en el ámbito político que, en este mismo momento, está poniendo todas sus conexiones neuronales al servicio del futuro mediato. En el inmediato, toca apagar fuegos. Incendios. Toca gestionar confinamientos, cuadrar cuentas, priorizar recursos educativos o poner el foco en los más vulnerables, pero alguien debería invertir tiempo en pensar qué queremos ser dentro de unos meses. En qué queremos convertirnos. Cómo haremos para tener a jóvenes más cualificados. Cómo les seduciremos para que sigan estudiando y no abandonen el aprendizaje por el primer dinero rápido y fácil que aparezca. Alguien debería plantearse si convendría que estas islas destaquen más allá del sol y la playa. Es el momento de hacerlo. Si sería una buena idea acoger a empresas que se dedican a la innovación, invertir en tener la mejor Universitat, si podríamos convertirnos en una comunidad que mima a quienes se dedican a la investigación científica o en un lugar pionero en el uso de energías renovables y el cuidado medioambiental. Se debería pensar en cómo reflotar la cultura, tan machacada y ninguneada. La lectura, las artes escénicas o la música aligeran los pesares y nos alejan de la irracionalidad. Hay que pensar el qué y el cómo hacer para dar salidas a todos aquellos que se van a quedar en la cuneta. Formaciones, reubicaciones, reciclajes o implicación de empresas. Alguien debería estar pensando y reflexionando sobre nuestro Plan Marshall particular. Dónde nos queremos posicionar al resurgir de estas cenizas, porque no sería inteligente volver donde estábamos.

A pesar de haber cobrado dos horas por barruntar una solución, el mecánico no atinó y el motor de la barca murió. Será que no le dedicó el tiempo suficiente. Conviene aprender la lección.

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