Opinión | Las cuentas de la vida
Los nuevos bárbaros
Al tildar de clasista la Quinta Sinfonía de Beethoven lo que se anuncia es la muerte del hombre
Mi hija ha empezado a estudiar en el colegio la historia de Mesopotamia, que fue el primer esbozo de la civilización. Le pregunté si recordaba que el año pasado vimos algunos frisos babilónicos en el Metropolitan de Nueva York y cómo en uno de ellos se podía observar a un esclavo proteger el cáliz del rey con un pequeño matamoscas. Le expliqué que ese mismo utensilio se sigue utilizando en la liturgia milenaria de los coptos. Son fósiles de la Antigüedad que perduran entre nosotros, como restos vivos del pasado. Me gustaría decirle que la arqueología es una ciencia del dolor, pero sé que no debo hacerlo. La dimensión trágica de la realidad no pertenece a la niñez, sino que se descubre con las cicatrices de la vida adulta y la fuerza gravitatoria del tiempo. “La fuerza que impulsa el movimiento del tiempo -escribe M. Robinson- es un duelo que no puede ser consolado. Por eso se sabe que el primer acontecimiento es una expulsión y el último se espera que sea una reconciliación y un regreso”. Pero para ello, en efecto, la infancia tiene que ser algo parecido a un paraíso, la tierra primera de la esperanza.
Sumeria, Asiria, Persia, Egipto, Grecia, Roma, Bizancio, Edad Media, Renacimiento, Barroco, Siglo de las luces, Edad Contemporánea, todos ellos levantan acta de los ciclos de la historia, de su luz y de sus sombras, de su auge y de su caída. Nos hablan también de una mirada que no es ajena a la cultura que las sostiene. Nuestros ojos ven y observan de acuerdo a un abecedario espiritual que pertenece a nuestra intimidad, pero también a una época y a una cultura.
En alguna ocasión he escrito que los símbolos que se fragmentan son apuntes sin futuro. Reflejan la sustancia de la barbarie que desprecia cuanto ignora. “La belleza -nos dirá el filósofo Michel Henry- muestra no estar ligada únicamente al aspecto de las cosas, sino ser una condición interior de esta vida, destilada y querida por ella”. Detrás de la superficie late un sentido que a menudo se nos escapa, pero que es real y da fruto.
El rencor hacia el pasado, la cultura, la belleza, la verdad... esa voluntad de reescribir continuamente la historia para que refleje un maniqueísmo deshumanizador, la novolatría que consiste en adorar al futuro como única fuente de certeza, iluminan todo lo que tiene de bárbaro nuestra época. Al tildar de clasista la Quinta Sinfonía de Beethoven -como ha sucedido estos días en Estados Unidos- lo que se anuncia no es una nueva civilización, sino la muerte del hombre. La cultura de la cancelación no es más que el orden propio del nihilismo, deseoso de demoler aquello que odia. Como los cíclopes, que sólo tienen un ojo, su mirada no se desvía. Ese es el privilegio de la barbarie, su potestad. No cedamos a él. Al fin y al cabo no le debemos nada de lo que es hermoso y sagrado en la vida: ni el amor, ni la familia, ni la piedad con los muertos, ni la amistad, ni la poesía, ni el arte.
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