Seguro que entre la catastrófica sobreexposición de Isabel Díaz Ayuso y la desaparición de la escena política de Francina Armengol durante la segunda oleada hay un término medio, un espacio para el liderazgo sereno, ahora que las comunidades autónomas son directamente responsables de la gestión de la pandemia y en sus manos está unificar esfuerzos para disminuir la incidencia del coronavirus entre la población.
Al Govern de Armengol se le puede reprochar en estos momentos la renuncia al liderazgo de su presidenta, un abandono progresivo desde el inicio del verano que empieza a parecer un confinamiento voluntario, y sobre todo la reducción de la acción de Gobierno a la gestión de tres conselleries desbordadas y sin ningún apoyo de las otras: Salud, Educación y Turismo. En especial la primera, sometida a una presión descomunal con exactamente los mismos medios que antes de que el coronavirus empezara a causar estragos entre la población.
Más de medio Govern sestea desde hace seis meses, ha agotado sus iniciativas, se ha convertido en mero espectador del parte sanitario y económico diario, sin que haya noticia de la declaración de un Erte o una reducción de sueldos de responsables políticos y funcionarios. Repite iniciativas con mucha solemnidad solo para volver a hacer recuento público de las mismas o se aplica directamente a la propaganda vacía. Cuando las autoridades sanitarias reprochan a los ciudadanos su relajación tras el levantamiento del estado de alarma, deberían fijarse también en la relajación de los gobiernos autonómicos. ¿Sería tan descabellado que temporalmente una parte de trabajadores públicos se pusieran al servicio de los departamentos de Salud, Educación y Turismo, si esas son las prioridades del Govern para salir de la crisis? Es muy fácil reclamar más espacios de autogobierno cuando no te juegas absolutamente nada. Ha llegado el momento de demostrar que esas declaraciones tenían un sentido y una acción práctica eficaz.
