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Responsabilidad y obediencia

Dice el diccionario de la RAE que anarquista es el “partidario del anarquismo” y, a su vez, define el anarquismo como “doctrina que propugna la supresión del Estado y de todo poder que constriña la libertad individual”. De acuerdo con esta definición es muy interesante observar que no hay tanta distancia entre los anarquistas y los ultraliberales. Unos desde la izquierda y otros desde la derecha quieren una estructura estatal pequeña o inexistente y que no se limiten las libertades de las personas en todos los ámbitos. Claro está que el sustrato ideológico es distinto.

Siempre me ha parecido que España es un país muy difícil de gobernar, con independencia de la calidad de sus gobernantes (otro día, hoy no toca hablar del gobierno), porque subyace en la conciencia de muchos ciudadanos una tendencia arraigada al anarquismo, un rechazo del ejercicio del poder y de la autoridad y una tendencia a cumplir las normas solo si se adaptan a la mentalidad de cada uno.

Hace unos días tuvimos un ejemplo con esta surfista de San Sebastián que pese a haber dado positivo por coronavirus y por tanto con obligación, por lo menos moral, de quedarse en casa decidió llevar a su hijo al colegio y luego darse al placer de las olas, eso sí, no en su playa, en la que trabaja, sino en otra, no fuese que la reconociesen. Me pregunto cuantos ciudadanos habrán hecho algo semejante interpretando que las normas y obligaciones no van con ellos porque ellos saben muy bien cómo actuar siempre.

Muchas veces pienso que los gobernantes del color que sea a nivel municipal, autonómico o nacional piensan que aprobar una norma ya supone la solución del problema que llevó a aprobarla. No se preocupan de su necesaria aplicación. Piensan que ya han cumplido. No interesa tanto el seguimiento.

Hace ya muchos años durante el gobierno de Zapatero, se rebajó el nivel permitido de alcohol para conducir. A los pocos días José María Aznar, expresidente del gobierno, decía públicamente: “Yo sé muy bien lo que puedo beber. A mí nadie tiene que decirme cuánto vino puedo tomar”. O sea, nada menos que alguien que estuvo promulgando normas durante años y pidiendo que se cumplieran, en ese momento invitaba a la ciudadanía a rebelarse frente al poder y a rechazar el “ataque” a la libertad individual. Pésimo ejemplo.

Ahora mismo, quizá porque el gobierno es una coalición de izquierdas, es más notable el “anarquismo de derechas”

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Una frase así “a mí nadie tiene que decirme lo que puedo hacer” está mucho más extendida en el colectivo ciudadano de lo que uno podría pensar. Intenten recordar cuántas veces lo han visto o lo han oído. Ahora mismo con las mascarillas está muy claro. Sobre todo, entre los jóvenes que no son inconscientes, no, lo que son es rebeldes ante las normas porque es más importante poder divertirse que evitar que los abuelos mueran en soledad en los hospitales. Ellos también saben muy bien.

Esa rebeldía no es exclusiva de los jóvenes, se lo puede decir cualquiera. Por ejemplo, un vecino “pues yo se muy bien cuando puedo hacer ruido”, el propietario de un perro “no necesito llevarlo atado porque es muy dócil, yo lo sé”, etc. Ese español tipo siempre está dispuesto a interpretar las normas a su conveniencia, pero cuando el problema le afecta, entonces reclama a la autoridad, pide actuaciones contundentes y recuerda la normativa en vigor para que se cumpla.

Me cuesta creer que sea todavía como recuerdo del franquismo, pero también hay muchos ciudadanos que confunden el uso de la autoridad con el autoritarismo. Uno es legítimo y el otro es ilegal. El problema es que la resistencia a la autoridad puede llevar, sin pretenderlo, al abuso de autoridad. Hay que conservar la calma cuando se le requiere al ciudadano para que haga o deje de hacer algo de acuerdo con la norma y éste se resiste totalmente. Nadie tiene autoridad sobre nosotros, nadie puede decirnos lo que tenemos que hacer. Pero, ay, amigo, coja a ese ciudadano que se resiste, póngale una especie de uniforme de lo que sea y una gorra y ya verá como lo convierte en el más eficaz ejecutor de la ley y del orden.

Ahora mismo, quizá porque el gobierno es una coalición de izquierda es mucho más notable el “anarquismo de derechas”, perdón por la expresión. Hay una rebelión clara en un amplio espectro de la derecha, quejosa permanentemente ante cualquier movimiento o silencio de la autoridad. Y al mismo tiempo hay un desdén constante del gobierno hacia los partidos de la derecha. 

España está siendo uno de los países más castigados por la pandemia. ¿Será por la mala gestión tanto del gobierno de la nación como de las comunidades autónomas? Es posible. Como también que tenga que ver con nuestro carácter protestón, rebelde ante la autoridad y escéptico ante el interés general. En este país hemos abrazado con facilidad la cultura de los derechos, pero hemos olvidado la cultura del deber. El deber de ser un buen gobernante o un buen ciudadano.

Para realizar cualquier empresa colectiva, para salir de la situación crítica actual precisamos de un alto sentido de la responsabilidad y de la obediencia. Precisamos del ejercicio de valores cívicos que fortalezcan la sociedad. Los derechos los conocemos bien, están en las leyes y los reclamamos constantemente cuando decimos “¿tengo derecho o no tengo derecho? “o simplemente “¡no hay derecho!” La responsabilidad de los gobernantes o más bien, la irresponsabilidad de los gobernantes, en su caso, no exime a los ciudadanos de sus responsabilidades y de su obediencia ante las normas. No hay nada más desprestigiado que una norma que no se cumple ni se acata.

Ahora está en juego el modelo de sociedad que hemos construido entre todos. Un país empobrecido material e intelectualmente sería una catástrofe impresionante. Es nuestra responsabilidad sacar esto adelante, no solo la del gobierno. Va a exigir más solidaridad y obediencia y menos anarquismo e individualismo. 

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